Hoy se cumplen 15 años del Jueves Negro. Cuánto ha cambiado Guatemala desde entonces y cuán igual sigue siendo. Muy bien por quienes han evolucionado y que contribuyen con abrirle paso al futuro. Pésimo por quienes jamás salieron de las cavernas y que insisten en arrastrarnos hacia el pasado. El país sufre por la obstinación de los cerriles. Muchos de los que alabaron a la Corte de Constitucionalidad por permitir la inscripción del general Efraín Ríos Montt como candidato, hoy vituperan a la CC por haber frenado la expulsión del comisionado Iván Velásquez.
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Muchos de los que gozaban con que los periodistas fueran críticos e incisivos con el gobierno de Alfonso Portillo, hoy señalan de “golpista” y de “vendida” a la prensa que hace ver los desaciertos de la administración de Jimmy Morales. Es decir, el análisis de acuerdo con las conveniencias personales o sectoriales. ¿Por qué aquella CC de 2003 “sí se ajustaba a derecho” y la de 2018 “politiza la justicia”? ¿Por qué quienes en aquella época odiaban a los medios “pro Portillo”, ahora los ven ecuánimes y nacionalistas, porque son “pro Jimmy”? Salvo excepciones, que las hay, se nota enormidades cómo la opinión, más que defender razones, defiende intereses. Pero en los tiempos de la “posverdad”, la verdad ya no importa. Lo que importa es consolidar creencias basadas en mentiras emotivas, aunque el razonamiento más simple indique que estas son equivocadas o cuando menos, no rotundas.
El WhatsApp es, en tal sentido, muy peligroso para la democracia. Y es, además, el conducto por el que los fanatismos, de un lado y de otro, se exacerban para mantener la hoguera del odio siempre ardiendo. El colmo de la insensatez, por no llamarle de manera más explícita, lo comandan quienes acusan al rival ideológico de ser el exclusivo promotor de la polarización, como si no fuéramos todos quienes participáramos en este belicoso “baile”.
"Abundan las coincidencias entre los protagonistas del Jueves Negro y los que se resisten a que Guatemala aproveche mejor la lucha contra la impunidad, especialmente visible desde 2015. La gran diferencia radica en que, en aquel ya lejano 2003, no se esbozaba ninguna solución, y que hoy, aunque con tropezones, sí existe una luz que puede intuirse al final del túnel".
Asimismo, es obvia otra disparidad que se traduce en el antagonismo actual, tan marcado y tan ofensivo, que obliga a la sociedad a estar o aquí o allá, sin que haya margen para los grises. Eso sume a Guatemala en su caos más tenso de la era democrática. Y las redes sociales, tristemente, juegan un rol destructivo en esto. Como trituradoras de la concordia. Pero ese ya es un tema distinto.
“Abundan las coincidencias entre los protagonistas del Jueves Negro y los que se resisten a que Guatemala aproveche mejor la lucha contra la impunidad, especialmente visible desde 2015”.
En el Jueves Negro, diputados y gente del Congreso, así como funcionarios de diversas oficinas del Ejecutivo y de otras entidades, encapuchados o no, crearon pánico e incertidumbre durante dos días en la capital. Hubo recursos del Estado para perpetrar el movimiento que, al final, logró uno de sus principales objetivos: la inscripción de Ríos Montt. En la Guatemala de estos días, lo más parecido a esas jornadas de oprobio ha sido el igualmente oscuro y alevoso domingo en el que, de madrugada, el presidente Morales quiso darle un manotazo autoritario al proceso más importante que ha vivido el país desde la firma de los Acuerdos de Paz. Me refiero a cuando estuvo cerca de aislarnos del mundo, expulsando al comisionado Iván Velásquez.
Hoy, como en 2003, también hay diputados y gente del Congreso, así como funcionarios de diversas oficinas del Ejecutivo y de otras entidades, descarados o no, coordinando maquinarias de desprestigio y de desinformación, o bien conspirando para destruir los esfuerzos de cambio que surgen desde diferentes ámbitos. El resultado en ambos episodios ha sido muy similar. Desconfianza para los inversionistas, economía en picada, políticas sin continuidad, mala imagen internacional, servicios públicos precarios, desgaste de las instituciones y, sobre todo, años perdidos en descalificaciones y enfrentamientos que nos han condenado a la variante más cruel de la desesperanza, léase aquella que surge de la esperanza en ciernes.
El gran escritor nicaragüense Sergio Ramírez lo decía esta semana en una entrevista por la radio: “La historia de mi país es cíclica”, refiriéndose a los tiempos pasados de Somoza y a los tiempos presentes de Ortega, sangrientos los dos. Y es evidente el común denominador entre ambos momentos. Hablo de esa obsesión por aferrarse a privilegios y de insistir en un anclaje de corrupción que se olvida con infame desdén de los más necesitados. Igual ocurre en las comparaciones entre el vandalismo callejero del FRG y el hampa operativa de lo que ha dado en llamarse el #pactodecorruptos. Reitero: Lo más parecido al Jueves Negro ha sido el Oscuro Domingo del fallido “non grato”. Ambos, en su perversidad siniestra, se asemejan mucho a la Venezuela de Maduro.