Su base electoral no esperaba menos, a pesar de que la opinión pública estadounidense en general es menos escéptica sobre el impacto negativo del calentamiento global.
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Los estadounidenses están mayoritariamente en contra de la salida del Acuerdo de París. Pero son los demócratas los que más se oponen, no los republicanos.
Según un sondeo YouGov realizado por el Huffington Post en mayo, 46 % de los votantes de Donald Trump eran favorables a retirarse del acuerdo, y 22 % no tenían opinión. A la inversa, el 92 % de los votantes de Hillary Clinton querían que Estados Unidos se mantuviera en el acuerdo.
Desde que asumió, el presidente Trump gobierna teniendo en cuenta a su núcleo de votantes más duro, desde su política migratoria a la ambiental, pasando por la seguridad, decidido a aplicar sus promesas electorales.
Puede apoyarse en centenares de legisladores conservadores, que representan a regiones en las que el petróleo, el gas natural y el carbón son los motores de la economía local, desde el Medio Oeste a Texas, pasando por las zonas del centro de Estados Unidos.
En particular, el sector del carbón produce aún el 30 % de la electricidad del país. Y aunque no representa más que 50 mil empleos, concentrados en las regiones conservadoras de Wyoming, Virginia Occidental y Kentucky, ejerce una gran influencia política.
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En el Congreso la mayoría republicana aprobó fácilmente este año leyes que anulan las reglamentaciones ambientales de la era Obama. Y el jueves los legisladores saludaron por decenas el anuncio presidencial.
"Al renunciar a esos objetivos inalcanzables, el presidente Trump reiteró su compromiso de proteger a las familias de clase media y a los obreros del carbón", declaró Mitch McConnell, jefe republicano del Senado, que ocupa una banca por Kentucky.
Bush y Kioto
Todos esos republicanos no necesariamente cuestionan las evidencias del cambio climático o la responsabilidad de las actividades humanas.
Su argumento es en primer lugar económico: cerrar las centrales a carbón u obligar a los operadores a usar más energías renovables sería costoso a corto plazo en términos de empleos y del costo de la electricidad.
Un razonamiento que había empleado el presidente republicano George W. Bush desde que llegó al poder en 2001 para rechazar el Protocolo de Kioto que ponía límites a las emisiones de dióxido de carbono, firmado por su predecesor demócrata Bill Clinton.
"No aceptaré ningún plan que perjudique a nuestra economía y a los trabajadores estadounidenses", declaró el entonces presidente Bush el 29 de marzo de 2001.
Republicanos favorables al acuerdo de París
A pesar de que grandes empresas como ExxonMobil o General Electric se oponen a abandonar el acuerdo, numerosos lobbies industriales presionan a Trump para acabe con la herencia de Obama.
La poderosa Cámara de Comercio de Estados Unidos, la mayor cámara patronal del mundo, argumentó que la puesta en vigor del acuerdo costaría más de tres billones de dólares hasta 2040.
La organización política conservadora Americans for Prosperity, financiada por los millonarios hermanos Koch, que encabezan un imperio industrial y químico, también apoyaba la salida del acuerdo, al igual que decenas de grupos conservadores que financian las campañas republicanas.
Esas élites políticas están, sin embargo, en una creciente distancia de la sensibilidad de la población, lo que podría terminar planteando un desafío electoral.
Legisladores del partido del presidente cruzaron el Rubicón y defendieron el acuerdo de París. Algunos militan para que Washington siga formando parte de él aunque rebajando los objetivos voluntarios de reducción de emisiones. Otros temen que el retiro debilite el liderazgo estadounidense en el mundo.
"Esto será interpretado como una declaración de que el cambio climático no es un problema, que no es real. Será malo para el partido y para el país", advertía el domingo último el senador republicano Lindsey Graham. No fue escuchado.