Opinión

"Entre el pánico y la conciencia"

Muchas decepciones en los últimos días. Pero una en particular: La pandemia se nos fue de las manos. En realidad, controlarla era imposible. Lo único que estaba al alcance era gestionarla mejor. Aprender las lecciones. Ser más humanos. No ocurrió.

Nos tocará mucho dolor en las próximas semanas. Ya se percibe la angustia. Y en contraste, también se siente la banalización del tema. Esa que basa sus acciones en “de algo me tengo que morir y mientras tanto me divierto” o en que “esto durará años y, ya que es preciso aprender a vivir así, que todo siga abierto, pero que la economía no se caiga”. No había necesidad de extremos tan torpes. Tampoco era viable confinarse por completo e ignorar que es imprescindible cuidar los ingresos. Lo que molesta es que, cuando aún era tiempo de intentar algo para contener esta avalancha de contagios, no se hizo nada. Ahora, los hospitales ya están al borde del colapso. Hubo que llegar a números muy altos de positividad y de fallecimientos para percatarnos de que la enfermedad va en serio y que es mortal. Estando en el peor momento, intuyo que vienen peores. No por pesimista ni por carroñero. Me basta ver lo que ha sucedido en otras latitudes. Hablo de países donde, incluso con mejores sistemas de salud y vacunaciones exitosas, el Covid-19 arrasó.

Hay una marcada diferencia entre sembrar pánico y hacer conciencia. Algunos confunden ambos términos. Me voy al diccionario. “Se llama pánico al miedo grande, el temor excesivo, a la cobardía extrema”. No era eso lo que se precisaba. Por otro lado, “la conciencia se define, en términos generales, como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno”. Así era como teníamos que plantearlo.

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De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Las lágrimas no la devuelven a su recipiente original. Veo hacia el futuro. Hoy llegan a Guatemala 1.5 millones de dosis donadas por Estados Unidos. Anoche se supone que arribaron 200 mil más de Sputnik V. Aunque no sean suficientes, algún respiro darán en materia de inmunización. Sin eso, y hablo específicamente de las vacunas que vienen regaladas, la debacle hubiese sido inevitable para la semana entrante. Y si se logra alguna efectividad en administrarlas antes de que estalle el verdadero escándalo por el contrato firmado con Rusia, el Gobierno hasta podrá arañar un mínimo de oxígeno para lidiar durante un tiempo con su creciente descrédito.

El comunicado del embajador ruso en el que afirma que el trato con Human Vaccine fue “absolutamente legítimo” y que el dinero que se pagó no ha sido robado agita más las aguas de la indignación de lo que las calma. ¿Cuáles pueden ser esas soluciones “mutuamente aceptables” de las que habla el diplomático? ¿O es que se muestra tan confiado porque ese contrato que él ve tan normal le da todas las ventajas a su país, hasta el punto de que el nuestro corra el riesgo de una bancarrota pandémica, sin siquiera tener el mínimo derecho al reclamo?

Es impostergable que los actores relevantes que manejan los hilos del poder en Guatemala se animen, por una sola vez, a ver unos metros adelante de su acomodada burbuja. No se les pide empatía ni solidaridad. Se les pide pragmatismo. Se precisa de acciones concretas y técnicamente consensuadas para evitar que en un par de meses se desmorone la precaria gobernabilidad que todavía queda. De todos los escenarios posibles, escoger el menos malo. La situación es sumamente grave. Es el clásico “río revuelto”. Y eso, como suele pasar, produce un aprovechamiento político a veces desproporcionado que también es peligroso. Sin embargo, si se comprueba que hubo corrupción en el contrato de las vacunas Sputnik V, aquí va a arder Troya. Insisto: En una pandemia tan despiadada como esta, no es lo mismo sembrar pánico que hacer conciencia. El diccionario lo explica bien. Y lo que nos urge aquí es hacer conciencia, no sembrar pánico. Eso, aunque haya infinidad de gente que se rehúse a entender la diferencia entre una cosa y otra.

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