En la entrada de Buyuknacar hay ropa y vajilla esparcidas al sol, pero también tiendas de campaña y lonas de plástico, que recuerdan el trágico destino de este pueblo de Turquía, devastado por los terremotos del pasado 6 de febrero. En esta localidad agrícola situada a 1 mil 450 metros de altitud en el sur de Turquía, 120 de sus 2 mil habitantes murieron cuando la tierra tembló.
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“Intenté levantarme, pero no podía andar, me caía”, recuerda Ziya Sütdelisi, de 53 años, que fue el mujtar (administrador) del pueblo. Un mes después solo en su barrio, que tiene 400 habitantes, ya había 74 muertos. Buyuknacar está situado justo encima de una falla, a solo 25 kilómetros de Pazarcik, el epicentro de uno de los sismos que mataron a 46 mil personas en Turquía y a otras 6 mil en Siria.
“Siempre nos dijeron que nuestro suelo era sólido. Nunca nadie nos advirtió”, dijo Ziya Sütdelisi, a pesar de que la región de Kahramanmaras es conocida, como gran parte de Turquía, por su extrema exposición a los riesgos sísmicos. “En Kahramanmaras o Pazarcik, lo sabíamos. Pero aquí, pensábamos que las casas aguantarían”, confirma su mujer, Kiymet. “Y en unos segundos, todo se derrumbó”. Esta parte del pueblo perdió casi 90 casas. “Quedan cuatro o cinco en pie, pero están tan dañadas que han sido evacuadas”, explica, citada por la AFP.
El domingo, los vecinos recordaban aquella noche de terror absoluto donde llegó una “ola saltando por el pueblo”, acompañada de “explosiones atronadoras”, como si “diez trenes pasaran por el pueblo al mismo tiempo”.
“Los niños pensaban que era la guerra”
“Los niños pensaban que era la guerra y que nos estaban bombardeando”, dice Nurten Morgul. Su hijo de cuatro años aún se niega a ir a ver lo que queda de su casa. “Fue horrible ver cómo temblaba mi pueblo”, añade Nurten, que llegó aquí hace 19 años para casarse.
Las casas, algunas de ellas centenarias, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, dejando un caos de piedras, tablones, losas de hormigón y chapas metálicas. De la montaña cayeron grandes rocas encima de las casas. Algunas siguen amenazando, con cada nuevo temblor. “Alguien tiene que venir a protegernos de esto”, dice Ziya.
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Esa noche, los habitantes llevaron a los heridos graves a los hospitales locales, bajo la nieve y sin ambulancia. “Ahora se harán análisis del suelo y, según los resultados, el Estado tomará una decisión. Puede que tengamos que mudarnos. Unos pocos kilómetros más allá pueden marcar la diferencia”, dice el antiguo mujtar.
Ziya Sütdelisi, que nació en Buyukcan, dice entre risas que es un “producto 100 % local” mientras un peluquero de la ciudad de Gaziantep, junto a sus dos empleados, ofrece cortes de pelo y de barba gratis “por solidaridad”.
El gobierno está instalando cuatro casas-contenedor, con puertas y ventanas, un refugio más cómodo a los ancianos del pueblo. “Quizá si los estudios son positivos, podremos quedarnos aquí”, suspira Hulya Morgul mientras contempla el valle a sus pies. “Tenemos de todo, agua, leña para el fuego, estamos mejor que en la ciudad”, asegura.
*Con información de AFP