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La tripofobia, un término que se popularizó en la era digital, describe la aversión o el miedo intenso a la vista de patrones irregulares o grupos de pequeños agujeros o protuberancias muy juntos. Aunque no está oficialmente reconocida como un trastorno en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), esta reacción de disgusto o ansiedad es experimentada por una parte significativa de la población ante estímulos como panales de abeja, esponjas, semillas de loto o ciertos patrones cutáneos.
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Los síntomas de la tripofobia pueden variar de leves a extremos. Al exponerse al desencadenante visual, una persona puede experimentar reacciones físicas como náuseas, escalofríos, sudoración excesiva, temblores o un aumento en la frecuencia cardíaca. A nivel emocional, son comunes la ansiedad intensa, el pánico y una profunda sensación de repulsión o asco. En casos severos, esta fobia puede llevar a evitar situaciones, lugares o incluso alimentos que presenten estos patrones, afectando la calidad de vida.
Respecto a las causas, los expertos no tienen un consenso definitivo, pero existen teorías que buscan explicar este fenómeno. Una de las más aceptadas sugiere una asociación evolutiva: el cerebro podría vincular inconscientemente estos patrones visuales con señales de peligro, como la piel de animales venenosos (serpientes, ranas) o indicios de enfermedades cutáneas infecciosas (viruela, sarampión, parásitos), lo que activa una respuesta de evitación o defensa. Otra línea de investigación apunta a un procesamiento visual ineficiente en el cerebro, donde estas imágenes requieren más recursos y energía, generando incomodidad visual.
El manejo de la tripofobia, al igual que otras fobias específicas, suele centrarse en terapias. La Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) es un enfoque eficaz, a menudo incluyendo técnicas de exposición gradual, donde la persona se enfrenta al estímulo temido de manera controlada para aprender a manejar sus respuestas. Además, las técnicas de relajación, como la respiración diafragmática y el mindfulness, ayudan a calmar la ansiedad. En situaciones de malestar extremo, un profesional de la salud mental puede recomendar el uso temporal de medicamentos ansiolíticos.