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El 29 de julio de 1981, el mundo entero fijó su mirada en Londres, Reino Unido, para ser testigo de un evento que pasaría a la historia como una de las bodas reales más emblemáticas y observadas de todos los tiempos.
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La Catedral de San Pablo fue el majestuoso escenario donde el Príncipe Carlos de Gales, heredero al trono británico, unió su vida a la de la joven Lady Diana Spencer en una ceremonia que parecía sacada de un cuento de hadas.
Desde tempranas horas de la mañana, miles de personas se congregaron a lo largo de las calles de Londres para ver el desfile nupcial.
La expectación era evidente, y millones de televidentes alrededor del globo sintonizaron sus televisores para no perderse ningún detalle. Lady Diana, con su icónico vestido de novia diseñado por David y Elizabeth Emanuel, se convirtió en el centro de todas las miradas.
Su atuendo, con una cola de más de siete metros, un velo impresionante y miles de perlas, capturó la imaginación del público y se convirtió en un referente de la moda nupcial.
La ceremonia en la Catedral de San Pablo fue un espectáculo de pompa y tradición. La música, los arreglos florales y la presencia de dignatarios de todo el mundo añadieron solemnidad y esplendor al evento. El intercambio de votos entre el Príncipe Carlos y Lady Diana fue seguido con atención, y el beso en el balcón del Palacio de Buckingham, ante una multitud eufórica, selló el compromiso de la pareja y consolidó su imagen como la realeza moderna.