La reciente fusión de dos agujeros negros, registrada a comienzos de este año, ha marcado un hito en la astrofísica moderna. Gracias al avance de los detectores de ondas gravitacionales como LIGO (EE. UU.), Virgo (Italia) y KAGRA (Japón), los científicos pudieron observar con gran detalle cómo estos colosos cósmicos colisionaron, distorsionando el tejido del espacio-tiempo.
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El evento, denominado GW250114, generó una señal que permitió estudiar todo el proceso: desde el primer contacto hasta que el nuevo agujero negro alcanzó la estabilidad. El resultado fue un objeto con una masa equivalente a 63 soles y un giro de 100 revoluciones por segundo. Este análisis ha ofrecido algunas de las pruebas más sólidas de que los agujeros negros reales se comportan como predice la teoría de la relatividad general de Einstein.
Además, los datos han confirmado importantes teorías formuladas por Stephen Hawking y Roy Kerr. Entre ellas, destaca la verificación del teorema de Hawking, que establece que el horizonte de sucesos de un agujero negro no puede reducirse, lo cual refuerza su vínculo con la segunda ley de la termodinámica y el concepto de entropía.
Para los investigadores, como el astrofísico Maximiliano Isi, este hallazgo representa “la visión más clara hasta ahora de la naturaleza de los agujeros negros” y abre nuevas puertas para explorar las conexiones entre la relatividad y la física cuántica. Lo que antes era mera teoría matemática, hoy comienza a confirmarse con observaciones directas, marcando una nueva era en el estudio del universo.
