Con las crecientes posibilidades de que Donald Trump reabra la infame prisión de Alcatraz, vale la pena recordar por qué este lugar fue temido durante décadas. Ubicada en una isla rocosa en la bahía de San Francisco, Alcatraz fue diseñada para que nadie pudiera escapar. Su arquitectura era una fortaleza, sus torres estaban siempre vigiladas, las aguas estaban infestadas de tiburones, y las corrientes heladas convertían cualquier intento de huida en una sentencia de muerte.
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Durante años, los prisioneros más peligrosos de Estados Unidos estuvieron encerrados ahí. Y por años, nadie logró lo imposible… hasta la noche del 11 de junio de 1962. Fue entonces cuando tres reclusos —Frank Morris y los hermanos John y Clarence Anglin— protagonizaron una de las fugas más audaces de la historia.

Con cucharas limadas, cabezas falsas hechas de jabón y cartón, y una balsa improvisada, lograron escabullirse sin que los guardias lo notaran. Nunca más fueron encontrados. El FBI los dio por muertos… pero otros creen que lo lograron. La leyenda de Alcatraz se convirtió en mito esa noche.

Ahora, si Trump realmente reactiva esta prisión, la historia podría repetirse. Pero esta vez, con vigilancia del siglo XXI.