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Hierven los chats. La gente vocifera y despotrica. Estoy en varios, pero solo participo en uno: el de la música. El WhatsApp revela mucho de lo que hay en las personas. A veces, más de lo que uno quisiera. Es notorio el compendio de prejuicios y de desinformación que circula por ahí. Lo sorprendente es que haya tantos que se crean, o prefieran creer, relatos que rayan en la ciencia ficción, o argumentos que son disparates evidentes. En temporadas como esta, uno comprueba que la posverdad ya doblegó al mundo. Pero la esperanza vuelve cuando una voz disidente se lanza a poner los puntos sobre las íes. Aunque después le llueva. La libertad de opinar es imprescindible. Lo terrible es dejarse arrastrar por patrañas burdas, solo porque encajan en lo que alguien quisiera que fuera verdad. Lo ilustra bien la célebre anécdota del senador estadounidense Daniel Patrick Moynihan, que resalta la diferencia entre tener el derecho a la opinión, pero no a disponer de los hechos a propia conveniencia. He ahí uno los excesos preocupantes de las redes sociales: infinidad de proclamas categóricas, calzadas con datos falsos o inexactos. Es lo que puede llamarse “la prementira”.
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Se armó la polémica en un chat de pensamiento variado. En esta esquina, los anti CICIG; en esta otra, los “Ivanlovers”. La polémica: los cambios en la ley orgánica del Ministerio Público, promovidos en los tiempos de la Comisión, con los que se “blindaba” al fiscal general de ser removido fácilmente por el mandatario de turno. Me pareció que ambos equipos tenían algo de razón. Por un lado, los que decían que, por proteger a Thelma Aldana, ahora nos quejábamos de no poder salir de Consuelo Porras. Por el otro, los que sostenían que darle escudos al titular del MP prevenía de que, al entrar un nuevo gobierno, pudiera despedirlo. Para mis adentros, lo único que pensé fue esto: si el presidente Alejandro Giammattei pudiera destituir a la actual titular del MP, igual no lo haría. Ni de broma. En el momento en que insinuara semejante atrevimiento, de seguro le recordarían la carpeta con su nombre. En síntesis, da lo mismo. Aunque eso mismo no sea igual.
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Por estos días se rompen muchas amistades en los chats. Los enfrentamientos suelen ser cruentos. “Too much information” escribió un amigo antes de salirse de uno en el que yo permanezco de “oyente”. Recomiendo, de la manera más atenta, cuidarse de no intentar convencer a otros de que cambien de opinión. Casi nadie cambia de opinión. Para cambiar de opinión se necesitan por lo menos dos cualidades: una, reflexionar acerca del argumento contrario; dos, ser inteligente. Y, por increíble que parezca, es más difícil lo primero que lo segundo.
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En esta coyuntura, los chats de vecindario son especialmente estrafalarios. Me llama la atención, aunque no debiera, la rabia y la vehemencia con que se expresa el rechazo hacia los bloqueos. Entiendo su malestar. A mí tampoco me gustan. Sé que dañan a demasiada gente y que no debieran ocurrir. Mi única discrepancia con los defensores a ultranza de la libertad de locomoción es cuando atribuyen el atropello a quienes los hacen y no a los causantes del malestar social que los origina. No dudo de que en Guatemala haya “bloqueadores profesionales” que tapan las carreteras hoy sí y mañana también. Y esos son indefendibles. Pero la realidad nos muestra que hay bloqueos de bloqueos. Los que convocaron los 48 Cantones de Totonicapán y esos que han surgido de manera orgánica por todo el país son un ejemplo. La mayoría, salvo excepciones que siempre las hay, responde a un hartazgo y a un repudio ocasionados por las cínicas y abyectas tropelías de un Ministerio Público que no se ha molestado en disimular sus intenciones de traerse abajo el proceso electoral. Es decir, de no respetar la voluntad popular. O, expresado de otra manera, de terminar con la democracia de Guatemala e imponernos a ese a quien el sistema de corrupción quiere en el poder. Deseable hubiese sido que tanta fogosidad invertida en oponerse a estos bloqueos se hubiera manifestado antes, frente a los desmanes de innumerables funcionarios, junto con sus corruptores de rigor. En estos chats de vecindario uno comprueba lo que siempre supo: el saqueo y el abuso que conllevan hambre, desempleo, migración, hospitales insuficientes, educación sin calidad y pésimas carreteras, no importa tanto como la libertad de ir a donde se quiera. Y hago constar, por si alguien no leyó bien, que no soy partidario de los bloqueos en la vía pública. De lo que sí soy simpatizante, y acérrimo, es de reconocer la valentía, el sacrificio, el heroísmo y la alegría de los bloqueos de los últimos días, en los que miles de personas decidieron no bajar la cabeza frente a los desmanes del poder.
Háganlo sin pena: Ya pueden sacarme del chat.