Esta columna la dividiré en dos partes. En la primera, me basaré en la encuesta de la Fundación Libertad y Desarrollo presentada ayer; en la segunda, abordaré básicamente una preocupación.
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No haré comentarios acerca de los resultados que se refieren a las preferencias del electorado en este momento. Por razones profesionales, prefiero guardar distancia en ese sentido.
Para analizar, hay datos por demás interesantes en la encuesta. Datos que me llaman la atención por motivos diversos. Uno, que contrario a lo percibido por muchos, el país no “giró hacia la izquierda” en la primera vuelta. Lo que hizo la población fue votar contra los excesos de la corrupción. Casi diría que, en la papeleta presidencial, se votó para molestar a los que ejercen el poder de manera despótica y ruin. Solo revise estos números: De los encuestados, únicamente el 4% se declara de izquierda y un 2% se considera de centro izquierda. Eso, contra un 28% que se ubica a la derecha del espectro político, más un 3% que se sitúa en el centro derecha. La pregunta fue planteada así: “Si tuviera que definir su ideología política, ¿cómo se calificaría?” Hay un 25% que contestó “no sabe” y un 28%, “no creo”. Estos dos porcentajes podrían ser determinantes en validar mi afirmación, o bien en pulverizarla. Pero lo llamativo es que, al cruzar esos números con otros, lo que se deduce, por enésima vez, es que la gente en general está harta del saqueo descarado y de los abusos tan notorios de las autoridades de justicia, a las que ven ligadas con la intención de no respetar la voluntad popular expresada en las urnas. Un 70% de los abordados por el estudio de Cid Gallup ve corrupto al actual gobierno. Un 56% estaría dispuesto a salir a protestar si se suspende la segunda vuelta. Un 73% siente que la democracia está siendo amenazada. Es fácil entender el porcentaje que sale de la pregunta de qué piensa la población sobre la intención de eliminar al partido Movimiento Semilla. Es de un 67% de rechazo. Supongo, con cierto grado de certeza, que las 13 investigaciones abiertas alrededor del proceso electoral también se perciben como una burda intimidación dirigida a los magistrados del TSE y a los candidatos incómodos para el sistema.
El afirmar que los resultados de la primera vuelta no significan “un giro hacia la izquierda” ya era demostrable en la conformación del próximo Congreso. Sin embargo, ahí juegan otras variables más complejas no siempre vinculadas con lo ideológico. Asimismo, tampoco lo interpreto como un triunfo de la derecha. Lo que Guatemala pide a gritos es un cambio. Y en eso radica, al mismo tiempo, la gran oportunidad y el mayor riesgo de quien gane la presidencia el 20 de agosto. Oportunidad, porque si la maneja con lucidez, puede abrirle la puerta a una gestión histórica; riesgo, si no da la talla en transmitir la suficiente esperanza de que ejerce el cargo con honestidad y apego a lo que el país precisa con urgencia.
Las consecuencias de esta encuesta de la Fundación Libertad y Desarrollo ya deben ser sumamente impactantes en varios grupos de la sociedad. Para los que promueven la narrativa del fraude, por ejemplo. O para quienes pretenden, a golpe de intimidaciones judiciales, traerse abajo lo que aún nos queda de democracia. En realidad, ambos son lo mismo y no deben estarla pasando muy bien ahora, lo cual es una alegría para la mayoría de la gente. Sobre todo para la juventud, cuya incidencia en estos resultados es decisiva.
Por otro lado, refiriéndome a lo que al principio de la columna describí como “preocupación”, mi punto es este: Mientras nos distraen a la mala con los descarados intentos de torpedear la segunda vuelta, ¿cuántos negocios sucios estarán en ciernes, aprovechando la crispación electoral? Mejor ni imaginarlo.