Opinión

"Seguir hasta llegar"

"Esta peligrosa coyuntura electoral da para múltiples escenarios de ingobernabilidad. Y la sacudida para este “sistema” puede estar más cerca de lo pensado."

La percepción es que “el sistema” saca a todos los que le estorban. Ya sean operadores de justicia, periodistas, activistas o candidatos a la presidencia. Y, a ese paso, se librará del que se le ponga enfrente, sin importar quién sea. Así de indefensos vivimos en la Guatemala de estos tiempos antidemocráticos. Aquí puede suceder cualquier cosa, por descabellada que parezca. A los perpetradores ya no les importa lo que la gente diga. No les importa lo que publique la prensa. No les importa que ardan en su contra las redes sociales. No les importa nada. Es el cinismo al servicio de la transgresión. La sinvergüenzada a plena luz del día. El grotesco descaro.

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La fachada, sin embargo, sigue jugando a que “aquí no pasa nada”. A que cumplimos con las formas. A que el que no se mete “a lo que no debe”, no tiene problemas. Es la sociedad domesticada. El entumecimiento del poder ciudadano. La disecada indignación.

De más está decir que eso nos pone en peligro a todos. Y de más está decir, también, que las elecciones no dan indicios de abrir oportunidades para una tregua. Hay demasiados intereses en juego. La enfermedad está ya muy avanzada. Tanto así que, incluso si Jesucristo quedara de presidente, igual no podría hacer mucho, porque tendría como contrincantes al Congreso, a las Cortes, a la Contraloría, al PDH y al Ministerio Público.

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No son días propicios para hacerse ilusiones. No son días que inviten a soñar. Pero sí son días que exigen un planteamiento menos inmediatista y más sereno. Con otra visión del tiempo. La inexistente organización social debe empezar a articularse con el objetivo de lograr, a cuatro años plazo, suficiente cohesión como para definir objetivos mínimos y así retomar la agenda de país. Entiendo que es, posiblemente, el peor momento para hablar de esperanza. O tal vez el mejor. Las pesadillas, por largas que sean, en algún momento terminan. Y siempre dan paso a un despertar. Es cierto que la noche se pinta brava y complicada. Pero no eterna.

Conviene desechar del imaginario lo que nunca volverá. No habrá otro 2015. No habrá otro 1996. No habrá otro 1944. No habrá nada similar a lo poco bueno que nos ha sucedido en la historia patria. Pero sí habrá algo nuevo. Algo disruptivo. Algo que nos mueva y que nos conmueva.

Puede ser que nos tome varios años. Incluso décadas. Lo importante es dar pasos. No claudicar. No rendirse. Y ser decisivamente proactivos en un liderazgo renovado y valiente. ¿Quién hubiera creído en 1942 que era posible derrotar a Hitler? Muy pocos. Y aun así ocurrió. El nazismo cayó y el mundo tuvo un respiro. Costó millones de vidas. Pero al cabo de tres años se alcanzó el ansiado fin de la guerra.

La debacle actual no sugiere que vaya a terminarse pronto. Se ve como una tormenta necia y resistente. Sin embargo, a sus fortalezas más evidentes les sobran flancos débiles. Aquellos que hoy infunden miedo a cualquier potencial resistencia no duermen tan tranquilos como se cree. Con todo y su desfachatez, saben que el poder que ahora ostentan les puede gastar una broma pesada. Se les puede esfumar en minutos. Se les puede diluir en un abrir y cerrar de visas. Les puede esposar las manos en una captura internacional. Hasta pueden perderlo todo en una riña interna con algún socio más pudiente.

Esta peligrosa coyuntura electoral da para múltiples escenarios de ingobernabilidad. Y la sacudida para este “sistema” puede estar más cerca de lo pensado. Hace apenas mes y medio, los expertos aseguraban que era virtualmente imposible que, de la nada, surgiera una figura con probabilidades de disputarle la segunda vuelta a las candidatas favoritas. Ya sucedió.

Los cambios se concretan muy rápido en estos tiempos tan digitales. Lo que antes era jugoso negocio, al día siguiente resulta en bancarrota. Es vertiginosa y cruel esta realidad. A veces hasta ilógica.

La cuerda la están estirando a más no poder. Abusan de la paciencia de quienes padecen las iniquidades del país. No miden consecuencias. Lo reitero: Ni siquiera con Jesucristo en la presidencia podríamos aspirar a una solución pronta y sencilla. Pero los milagros se dan. Los milagros se alcanzan. Los milagros sobrevienen. Basta con propiciarlos a base de paciencia y coraje. Que nadie se desanime por tanta maldad junta. Entiendo que puede ser el peor momento para hablar de esperanza. Pero tal vez no. Tal vez sea el mejor. Me atengo a aquella lúcida frase de Séneca: “Aunque el miedo tenga más argumentos, elige siempre la esperanza”. No pretendo vender un falso optimismo. Solo busco afirmar que, siendo francos, no tenemos otra opción más que seguir adelante. Seguir hasta donde se pueda. Seguir hasta llegar.

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