Adelanto la columna que pensaba escribir la semana que viene. El cierre de “elPeriódico” hace impostergable este artículo. Me explico: El 25 de mayo se cumplen 30 años del Serranazo. Por el momento que vive el país, en cuanto a ataques contra la libertad de prensa, considero importante contar algunas historias.
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Yo estaba en un cónclave literario en México cuando se supo del golpe. Mi compañero de habitación era el recordado escritor Mario Roberto Morales. De inmediato, regresamos a Guatemala. Nadie podía creer semejante despropósito en una democracia tan reciente. La idea de disolver el Congreso, concretada con éxito en Perú por Alberto Fujimori, fue la inspiración del entonces presidente Jorge Serrano Elías para hacerse de todo el poder. Esa tentación, como bien se ve, sigue seduciendo a gobernantes de América Latina. Pareciéramos no aprender.
Tengo muy presente en la memoria a Jose Rubén Zamora, en la redacción de Siglo Veintiuno, coordinando la estrategia de resistencia para enfrentar la censura que había impuesto el régimen. Allí estaba también Haroldo Sánchez. La decisión fue salir al día siguiente con la carátula del diario diseñada especialmente para la ocasión. Todos los periodistas apoyamos la atrevida y desafiante propuesta. En vez de imprimir el matutino con su nombre habitual, la decisión fue publicarlo bajo el alias de “Siglo Catorce”. Obviamente, aquello era en alusión al flagrante retroceso que se le imponía al país desde el Ejecutivo.
La foto principal, en la misa tónica, era un lienzo negro. Un negativo. Adentro, la mayoría de las páginas iban en blanco con el distintivo de “censurado” al centro. La mañana en que el diario circuló así, de la Catedral Metropolitana salió una marcha de gente de prensa exigiendo el regreso de la democracia. Al frente iba Rigoberta Menchú, recién galardonada con el Premio Nobel de la Paz. La caminata se hizo sin garantías constitucionales en medio de un gobierno de facto. Es decir, ahí pudo perpetrarse un arresto masivo o, bien, una intimidación mayor, incluso con balas.
En ese mismo contexto, la revista “Crónica”, encabezada por Paco Pérez de Antón, había logrado repartirse por medio de una ingeniosa coartada. Justo al lado de donde se imprimían sus ejemplares había una funeraria. Abrir un boquete en la pared y sacar clandestinamente la edición en los carros del negocio mortuorio hizo posible que ese número llegara a muchas casas de suscriptores.
En aquel episodio hubo muchos que se la jugaron. Uno de ellos, el entonces PDH, Ramiro de León Carpio. Asimismo, otros actores de la sociedad, entre empresarios, activistas y ciudadanos varios. Al final, como ya es historia, la Corte de Constitucionalidad, presidida por Epaminondas González Dubón, resolvió de acuerdo con las exigencias del momento. Fue una enorme alegría lograr que el proceso democrático se mantuviera. Una alegría colectiva.
Sin embargo, visto aquel hecho 30 años después, es sumamente triste asumir las condiciones actuales del país. Jose Rubén Zamora está en la cárcel en condiciones inhumanas. Deja de publicarse “elPeriódico”. Hay una veintena de colegas en el exilio. Centroamérica es considerada una de las regiones más hostiles del mundo para la prensa independiente. Son cada vez menos las fuentes que se atreven a hablar, especialmente cuando se abordan temas que pueden molestar al poder. La posverdad campea en medio de mentiras descaradas y desinformaciones algorítmicamente dirigidas que consolidan los pensamientos intolerantes. No existe un corredor efectivo entre empresarios y activistas de la sociedad civil. Los medios de comunicación y la democracia viven sus horas más críticas. La polarización somete cualquier intento de conformar un diálogo productivo. La mesa está servida para el peor populismo.
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Treinta años después del Serranazo corremos el riesgo de unas “elecciones sin democracia”, como atinadamente lo describió el abogado Alfredo Ortega en una entrevista por la radio.
Está muy claro que el autoritarismo tiene su ruta trazada y un plan. Ya ni siquiera las condenas internacionales o las sanciones desde Estados Unidos parecen asustar a los operadores de este nuevo despropósito. Pero no todo está perdido aún. La esperanza no se muere ni con la muerte. Probado está que siempre habrá algunos que busquen la verdad. Lo que nos falta es que haya muchos más que estén, a su vez, interesados en conocerla. Para eso sirve el periodismo. Ese periodismo que hoy es atacado desde tantos flancos. Ese periodismo que, incluso en estos días tan adversos para ejercer el oficio, “nunca esquiva (ni esquivará) la ruda pelea”, si de defender nuestra tierra y nuestro hogar se trata.