Uno aprende, con el paso de los años, que hay cosas que no puede cambiar. Aspectos adversos que van y que vienen. En ocasiones, solo vienen. Y se quedan. Y crecen. Y desarrollan metástasis. En esos casos, la cura es ardua, e incluso imposible. Pero mientras haya vida, uno se enfrenta a cada jornada con lo que tiene a mano.
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La sabiduría consiste en no permitir que lo inevitable nos arruine la existencia. A veces, sin embargo, esta sabiduría llega dolorosamente tarde. Lo mismo le sucede a los países. Sobre todo, a los países como el nuestro. Aquí, en la tierra donde la ilusión es ilusoria y el espejismo es espejo, todo puede ocurrir, aunque no ocurra nada.
Es grotesca la realidad que nos circunda. Extremadamente cínica. Ya ni la notamos. Somos los expertos autómatas de este fracaso social. Solo el alcohol nos alivia a ratos. O el futbol. O el chambre político. Nada relevante. Y esa resiliencia diaria que se evidencia en el trajín de la “población económicamente activa”, nos demuestra que, mientras haya cómo luchar, la gente sigue adelante. Aunque no luche realmente. Aunque eso que se ve como un desafío cotidiano apenas alcance para sobrevivir. Claro, hay quienes ni siquiera integran esa “población económicamente activa”. Y entre ellos, abundan los que ven como única opción irse lejos a buscarse un empleo. Y ellos, a su vez, también son parte de esa resiliencia diaria que mantiene en pie a Guatemala.
Heroico lo que acontece a diario en esta historia que se escribe con tantas vidas al borde. Heroico e injusto. Y es injusto porque fácilmente podríamos estar mejor. Fácilmente en lo que cabe. Pero la infame codicia y el egoísmo que la acompaña no tienen límites. Así, por los siglos de los siglos, y cada cuatro años. Es lógico pensar que las esperanzas no estén a la orden del día. Más bien es la noche, y muy oscura, lo que anuncian los heraldos. Lo cual tampoco es nuevo. Siempre se puede estar peor. Y avanzar depende, en innumerables ocasiones, de variables que no están bajo nuestro control.
Tengo un querido amigo que cada vez que empieza un año, lo que pide es “salud y trabajo”. ¿Puede aspirarse a más? En estos tiempos, salud y trabajo son lujo. Pero, como apunté antes, ya ni notamos lo calamitoso de nuestro destino. De ahí la indolencia de las mayorías en cuanto a aspectos tan decisivos como cuidar la democracia y mantener vigentes las libertades fundamentales. Porque tampoco les importan demasiado. Las ven como ven llover: Si están a la intemperie, corren hacia donde sea para guarecerse; si disfrutan del aguacero desde la ventana, jamás piensan en los que se empapan.
La lluvia como el gran símbolo de nuestros dilemas. La lluvia como reflejo de lo que somos. La lluvia interminable; la que nos ahoga y nos inunda. Estamos acostumbrados a Guatemala. Hechos a Guatemala. Enfermos de Guatemala. Aquí, para no morirse de amor, ya son insuficientes el alcohol y el destierro. Solamente con la apatía deliberada logramos continuar. Así fue como permitimos que nos arrebataran el debate. Que nos quitaran las ideas.
Que nos borraran los ideales. Lo poco de voz que aún nos queda se acerca peligrosamente al silencio derrotado. Las aulas resultan andrajosas y propensas a desplomarse. Los hospitales son pacientes agónicos. Las vías patentizan el acné del asfalto. Es cierto que uno aprende, con el paso de los años, que hay cosas que no puede cambiar. Y que la sabiduría consiste en no permitir que lo inevitable nos arruine la existencia. Pero eso no debería significar que nos aceptamos en el más mediocre de los conformismos. No debería implicar que somos los perfectos autómatas de este fracaso social.
Tal vez me excedí al usar la frase “resiliencia diaria”. Tal vez pequé de optimista. Lo medito porque, nos guste o no, vivimos en un país que, pudiendo ser mejor, cada día empeora. Estamos acostumbrados a Guatemala. Hechos a Guatemala. Enfermos de Guatemala. Amamos nuestro tormento, como solo se ama al propio terruño. Aquí nacimos y aquí morimos, aunque nos obliguen a emigrar. Es el país que nos tocó amar y padecer. El país donde las ilusiones son ilusorias y los espejismos, espejos. Destapen otra botella por favor. Y que nos sirvan otra copa. Necesitamos olvidar. Lo antes posible. Olvidarnos de todo. De todo eso que puede ocurrir, aunque no ocurra nada.