Escucho la homilía. El padre dice una frase que llama mi atención: “El mundo necesita gente que esté más dispuesta a morir que a matar”. Recuerda entonces la historia de Ángel Escalante, el niño de 12 años que prefirió ser lanzado desde el puente Belice que dispararle al piloto de un autobús. Sucedió hace varios años. El padre José Luis González lo mencionó en la misa del pasado domingo. Eso me permitió hacer memoria de aquel impresionante hecho. Pese a caer desde una altura de más de 120 metros, el menor sobrevivió unas horas. Las suficientes como para relatarles a los rescatistas el drama de sus últimos días. La pandilla que lo reclutó le exigía la tarea criminal de asesinar a un hombre. Era eso o morir. Y, para morir, sus opciones eran dos: O lo descuartizaban o lo tiraban al abismo desde un puente. Él escogió la segunda; la que su mente de niño consideró menos sanguinaria. En realidad, lo que había elegido era el camino del honor; el de la nobleza máxima. Prefirió ser mártir que sicario. ¿Cuántos de los candidatos que durante esta Semana Santa se venden como los salvadores del país harían algo similar? ¿Cuántos de ellos, frente a un dilema semejante, escogerían el heroísmo y no la cobardía? ¿Cuántos se atreverían a desafiar a los poderes fácticos en aras de darle una oportunidad a la gente?
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Nos corroe el afán de protagonismo. Nos doma la obsesión por enriquecernos. Nos deshumaniza la ambición de ser dueños de vidas y haciendas. Rara vez servimos al prójimo sin pretender sacar provecho de nuestra bondad. Y cuando lo hacemos, resultamos ser la rarísima excepción a la implacable regla. No tenemos piedad para los demás. Piedad por la naturaleza. Piedad hacia los que sufren. Y aun así nos proclamamos cristianos y solemos hacer alarde de nuestra religiosidad.
El Nazareno que recorre las calles por estos días debe sentir repugnancia cuando lo acercan a los inmuebles del oprobio. Ahí donde se deciden las horribles fechorías y los negocios turbios. Seguro quisiera bajarse del anda y encarar a los grandes villanos. Ponerlos contra la pared. Verlos a los ojos y enfrentarlos a la justicia divina. Y sé que lo haría con su inagotable misericordia. Esa misericordia contundente que los obligaría a agachar la cabeza y a verdaderamente temer por las consecuencias de sus actos. Hablo de una misericordia ausente en la insaciable sed de venganza que marca esta regresión que hunde al país. Y claro: Ese mismo Nazareno desalojaría de inmediato a los mercaderes del templo. A los que enamoran a sus fieles con el fariseo discurso de la prosperidad prometida.
Muy probablemente, si Jesús de Nazareth viviera hoy en Guatemala, tendría que irse a Estados Unidos a buscar trabajo. Y pasaría también por ese atroz calvario que padecen los migrantes. El padre José Luis ha seguido muy de cerca ese infortunio. Sabe de lo que habla cuando se refiere al tema. Yo solo lo conocía en esa faceta. Es decir, como fuente pertinente para entender mejor una de las realidades más lacerantes de estos tiempos. Fue una casualidad que escuchara su homilía del Domingo de Ramos. Sus valientes críticas a los desmanes que imperan en Guatemala me alientan a creer que el silencio que buscan imponer no ha doblegado aún al gran coraje. Nunca lo hará. El obispo Rolando Álvarez en Nicaragua es un ejemplo.
Recordar en la misa la desdicha del niño Ángel Escalante es rendirle homenaje a la valentía en su versión más santa. Y es, asimismo, una manera efectiva de tocar las fibras de la feligresía para que deje de ser tan apática frente a los abusos y las injusticias. Vuelvo a la frase que llamó mi atención: “El mundo necesita gente que esté más dispuesta a morir que a matar”. E inevitablemente regreso a estas preguntas: ¿Cuántos de los candidatos que durante esta Semana Santa se venden como los salvadores del país harían algo similar? ¿Cuántos de ellos, frente a un dilema semejante, escogerían el heroísmo y no la cobardía? ¿Cuántos se atreverían a desafiar a los poderes fácticos en aras de darle una oportunidad a la gente? Ángel Escalante tenía 12 años cuando se vio obligado a escoger entre ser mártir y ser sicario. El desenlace de su historia lo conocemos. Esta columna está dedicada a él.