No sentir miedo: he ahí el reto. No permitir que la psicosis nos atrape. Se ve difícil en este enrarecido ambiente. Pero es vital seguir. Seguir hasta donde se pueda. Seguir aunque duela. Seguir hasta que esta turbulencia se supere. Hay un logro para quienes promueven el miedo como un recurso de control: Ahora se piensa dos veces antes de expresar una opinión. Especialmente, si esta se relaciona con fiscales o jueces. Sin embargo, el temor alcanza también otros ámbitos y otros temas. Aquellos que antes eran normales en el debate cotidiano. Aquellos que permitían la oxigenación de ese estrés que ha caracterizado a nuestra asfixiante realidad. Y en esa “autocensura” de los voceros sociales radica uno de los mayores peligros. Cuando es la propia gente la que, para evitar represalias, opta por callarse, hay un terreno perdido que difícilmente se recupera. La historia nos muestra lo mucho que hay en juego cuando un régimen impone las reglas en materia de libertad de expresión. Lo que sucede en esos casos es que esas reglas terminan resumiéndose en un “prudente y preventivo silencio”. En un hablar en voz baja y en un temer que hasta las paredes (o los celulares) oigan. En un decidir ver hacia otro lado si hay abusos, porque oponerse “puede implicar meterse en problemas”. Así empiezan las más oprobiosas dictaduras. Así es como el rumbo de las naciones se abandona a una deriva autoritaria. No es con silencio como se logra la verdadera gobernabilidad. Una gobernabilidad sana, digo. Una gobernabilidad que permita la suficiente solidez institucional como para que el río no se desborde. Recojo una idea del historiador israelí Yuval Noah Hariri. Él opina que cuando los que ejercen poder ya no están dispuestos a que se les hable, es porque ya no les interesa oír. Lo cual, a su criterio, implica que quieren pelea. Y eso es preciso evitarlo, por el bien de todos. Aún estamos a tiempo. Y una manera de no rendirse es defender los espacios públicos que todavía quedan. Para ello, es impostergable que el liderazgo nacional se pronuncie con firmeza. Que no se ceda a las presiones que provienen, en muchos casos, del “petate del muerto”. La enconada polarización que se confeccionó en los últimos años es una enfermedad que nos carcome. La desconfianza entre sectores es excesiva. Y, como ocurre en cada terreno de la vida, hay de todo en todas partes. Aquí ya no se trata de dividirnos entre los que eran pro CICIG y de los que eran anti CICIG. El planteamiento debería de ser otro: Los que luchan contra la impunidad y los que la defienden. Los que creen firmemente en un Estado de derecho y los que no respetan la ley. Es hora de ver hacia el futuro con ojos estratégicos. Si continuamos con esta tendencia destructiva, será cuestión de años para que el péndulo cambie de ubicación. Entonces, por la inercia que llevamos, empezará otro proceso de venganzas y así nos pasaremos por los siglos de los siglos. Es decir, de vendetta en vendetta. Y el precio que pagaremos será altísimo en asuntos sociales, económicos, políticos y ambientales. Unas elecciones en las que el miedo sea el que rija la conducción del proceso es el tiro de gracia para el proceso democrático que tantas vidas le costó al país. No propongo el lirismo ingenuo de que nos unamos para hacerle frente a este vendaval mafioso. Eso ya no es posible. Nunca lo fue. Lo que toca hacer es no agachar la cabeza, ahora que aún es tiempo de dar la cara por Guatemala. Tenemos la campaña encima. Y las dudas abundan. Dudas innecesarias. Dudas originadas en el dolo más vil. No bastará con que se concrete la cita electoral de junio si antes se acomoda la papeleta al gusto y a la medida de los que hoy, y hago hincapié en la palabra “hoy”, mandan y disponen. No se trata de sostener solo el lado formal de la democracia. Eso no le servirá ni siquiera a quienes piensan que, sin voces críticas, podrán ensanchar su red de negocios ilícitos o sus grandes privilegios. No sentir miedo: He ahí el reto. No permitir que la psicosis nos atrape. Es vital seguir. Seguir hasta donde se pueda. Seguir aunque duela. Seguir hasta que esta turbulencia se supere. Vuelvo a Yuval Noah Hariri: “Cuando hablar no es posible, la única opción es pelear”. La frase hace un obvio guiño a la libertad de expresión. Es urgente evitar peleas en Guatemala. En vez de pelearnos, mejor debatamos. Es más barato. Es más civilizado. Y es mucho mejor.
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