La guerra saca lo peor del ser humano. Y también lo mejor. Eso lo dice todo el mundo. Ha de ser horrible oír una sirena antiaérea y correr hacia un refugio. O despedir a un hijo que va hacia el frente de batalla. O recibir los restos de un ser querido en un ataúd con banderas. Se cumple un año de la invasión rusa a Ucrania. Jamás pensé que la resistencia de David pondría en aprietos a Goliat. Daba por hecho que Kiev caería en tres días. No sucedió. Pero el costo en pérdida de vidas y en familias forzadas a abandonar sus casas es ya demasiado alto. Dice el presidente Zelensky, en una entrevista con David Letterman, que le duele que los ucranianos estén tan acostumbrados a esta guerra. Que la barbarie de andar siempre con el alma en un hilo sea parte de su diario vivir.
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Al experimentado entrevistador estadounidense le llamó la atención el personaje y por eso hizo viaje hasta allá para conocerlo. La frase que lo cautivó es espeluznante: “Quizá esta sea la última vez que me vean vivo”. De acuerdo con las condiciones de aquel momento, era lo más probable. Letterman confiesa que, según su experiencia, no hay muchos seres humanos que se comporten así. Que inspiren de ese modo. Hasta ahora, con los altibajos de rigor, Zelensky ha mantenido alta la moral de sus compatriotas. Y esta semana hubo acciones muy significativas al respecto. La visita sorpresa de Biden, por ejemplo. Con riesgo calculado, pero igualmente histórica. Un mensaje contundente y a la vez inquietante. La conflagración parece lejos de terminarse. Lo más seguro es que se recrudezca. Que implique muchos más muertos. Miles de miles. Incluso millones. Putin no cesará de atacar sino hasta que consiga “algo” como trofeo de esta incursión militar. Y no le importará que se amontonen los cadáveres, suyos y ajenos, en los diferentes escenarios de esta guerra. Civiles incluidos.
La OTAN, por su lado, goza por el momento de una saludable armonía, impensable en los tiempos de Trump. Cantidades exorbitantes de dinero han circulado para apoyar a Ucrania. Y por ello uno se pregunta: ¿Habría sido Occidente igual de dadivoso si esos recursos hubiesen sido requeridos para mitigar el hambre en el mundo? Por supuesto que no. Pero, incluso con esa dolorosa contradicción, uno entiende que al defender a Kiev, lo que se intenta preservar es la democracia y la libertad como valores de la humanidad. Es la apuesta por no sucumbir frente a los totalitarismos, cada vez más presentes en el planeta.
El gen imperialista de Rusia data de siglos atrás. Y por ser un país bajo un régimen despótico y oligárquico, será difícil que el pueblo se rebele.
“Todos estamos aquí defendiendo nuestra independencia. Nuestra verdad es que es nuestra tierra y que nuestro país son nuestros hijos”. Eso le dijo Zelensky a Letterman. Al oírlo con semejante convicción, resulta inevitable compararlo con los merolicos locales que dicen ser los paladines de la soberanía. Menuda diferencia. Una cosa es defender la patria de una agresión bélica y otra muy diferente jugar a nacionalista desde la comodidad que conlleva ser cómplice de un sistema podrido.
Pocas veces el mundo ha estado en tanto peligro. De su peso cae que el enfrentamiento en tierras ucranianas no es únicamente un choque militar entre dos países vecinos. A eso se añaden las tensiones entre Estados Unidos y China por el derribo de los globos espías.
En ese contexto, sano es abrazar cada mañana a quienes amamos. No solo por los riesgos cotidianos de un país tan violento y tan corrupto como Guatemala. También porque el futuro es menos predecible que nunca. La retórica nuclear conlleva bombas descomunalmente destructivas. Y está de moda amenazar con eso.
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Mientras tanto, un año después, Ucrania sigue padeciendo la agresión rusa y los soldados de ambos bandos derraman sangre en los frentes de batalla. Es previsible que esta obsesión de Putin conlleve montañas de cadáveres, civiles incluidos. Se derramarán muchas lágrimas por esta necedad.
Vuelvo a la entrevista de David Letterman con el presidente Zelensky. El líder ucraniano habló de las sirenas antiaéreas. “Son un recordatorio de que la guerra no ha terminado y de que, en algún lugar, hay alguien dando la vida por la vida del que la oye”. Es cierto: La guerra no ha terminado. Tristemente, queda aún un largo y trágico trecho por recorrer, en el que veremos lo mejor y lo peor de los seres humanos. Especialmente, lo segundo. Especialmente, lo peor.