A Néstor le molesta que la gente hable mal de Guatemala. Le parece una deslealtad con el país. Admite que las cosas no van tan bien como quisiéramos, pero considera que aún estamos lejos de ser Nicaragua. Incluso siente que nos va de maravilla en aspectos muy puntuales. La macroeconomía, por ejemplo.
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Néstor tiene un empleo estable en el que percibe un salario decente. A sus 35, es dueño de un apartamento y su esposa trabaja en un oficio que le genera suficientes ingresos. Sus dos hijos estudian en un colegio de categoría. Suele ir a restaurantes porque la exposición social le da vida. Es coqueto para vestirse.
En las próximas elecciones votará del lado conservador. Detesta la idea de que algún candidato con “discurso resentido” alcance el poder. Prefiere el “mal menor” de los políticos tradicionales que prometen y prometen, pero que al final solo roban y roban. Total, es lo de siempre. Y como a él y a sus cercanos no les falta nada, le da lo mismo quién gane. “Pobres los pobres”, se dice algunas veces. Pero igual no deja de justificar esa falta de prosperidad. Opina que, a diferencia de él, muchos no logran nada porque “son haraganes y esperan que el Estado los mantenga”. En síntesis, piensa que no es culpa suya que haya tanta gente así. Por eso odia las noticias y prefiere informarse por medio de cuentas de redes sociales afines con su forma de ver el mundo.
Esta mañana, cuando reniega otra vez por el tráfico, ve en una esquina a un indígena que carga un mecapal. No le presta mayor atención y detiene la marcha por el rojo del semáforo. Al marcar verde, suelta el freno y oprime el acelerador. Tres segundos después percibe con alarma que algo se empotra en su puerta y, tras el golpe, ve volar a un motorista encima del capó de su carro. Con enfado apaga el motor y se baja para increpar al imprudente por su descuido. Va de pésimo humor. Y más se enoja cuando se percata de que el daño en su Audi A3 no es poca cosa. Al dar el siguiente paso nota que, a su alrededor, unos 15 hombres con casco lo rodean en actitud amenazante. Es la solidaridad entre motoristas. Él, que iba en su vía, lleva todas las de perder por lo intimidante del cuadro. No hay autoridad que aparezca para protegerlo. Y la que llega, minutos después, lo que hace es advertirle de que eso “le saldrá caro” y que para “ayudarlo” precisan de una “módica colaboración”. Sin embargo, es tarde para ello. El herido ya se comunicó con la empresa para la que labora y un personero de esta se ocupa ahora mismo de “arreglar” la situación, de tal manera que sea Néstor quien pague todas las costas de este percance. Ni siquiera el ajustador de su seguro logra atenuar los cargos en su contra. Una hora más tarde, su Audi A3 está tan consignado como él. El automóvil irá al depósito de tránsito, donde lo desmantelarán; Néstor, a la carceleta de tribunales, “mientras se averigua”. Y aunque “la broma” le costará varios miles de quetzales, lo que más indigna a este hombre de 35 años, que al salir esta mañana de su casa tenía la vida resuelta, es que, pese a ser inocente, el músculo de influencia mostrado por la compañía del imprudente motorista someterá a su abogado y lo obligará a él a pagarle hospital, vacancia y moto nueva al responsable del accidente. Las conexiones de esa empresa son de mucho más peso que su exigencia de que se cumpla la ley. Fichado, humillado y expoliado, Néstor debe dar gracias a Dios de que, esta noche, dormirá en su casa. De verdad pudo haberle ido peor. Más adelante, lo que lo fastidiará será pasar ocho meses arraigado. Adiós vacaciones en Disney con la familia. Habrá que postergarlas.
Abatido en su cama antes de intentar conciliar el sueño, este hombre que hoy es víctima del sistema sintoniza las noticias y se topa con una reseña de lo que, electoralmente, ha ocurrido durante la jornada. Intuye que la voluntad popular está en riesgo y que los políticos en contienda son, en su mayoría, unos ladrones consumados. Pero ahora sí toma conciencia de que algo tiene que cambiar en el país. Y, de algún modo, se identifica con aquellos que “hablan mal de Guatemala”. Incluso coincide con los argumentos de que la impunidad y la corrupción cabalgan a sus anchas aquí. Igual, piensa votar conservador. Pero ahora, al seleccionar a aquel a quien le conceda su preferencia electoral, lo buscará entre los que no parezcan cuatreros del viejo oeste o narcos de las series de Netflix. También intentará fijarse en que, aunque sea “del diente al labio”, ese candidato se pronuncie en contra de este desastroso régimen que hoy ha padecido con una amarga experiencia. Tal vez el accidente con el motorista deje algo bueno en Néstor. A lo mejor, con todo y su visión desinformada de hombre que odia las noticias, a partir de lo vivido decida no ser solo un habitante más y se decante por ser un ciudadano.