Opinión

"Sin pruebas no hay paraíso"

“No faltará alguna autoridad prepotente, quise decir competente, que proclame que no necesitamos asesoría de países más avanzados para manejar y resolver nuestras debilidades institucionales”.

Hace frío. ¿Necesito evidencias para demostrarlo? Tal vez sí. ¿Qué tal un indigente muerto por hipotermia? No, eso no sería suficiente. Habría que certificar, con precisión matemática, que su fallecimiento ocurrió por las bajas temperaturas y no por “causas naturales”. Naturales entre los desposeídos, digo. Y tal cosa plantea inmediatas complicaciones, porque alguien podría argumentar que dormir en la calle, sin abrigo, fue lo que realmente lo mató. Habría que documentar esto. Someterlo al escrutinio de expertos y al peritaje de los doctos en la materia. ¿Bastaría acaso con una autopsia? Seguramente sí, aunque a lo mejor quién sabe. Dicha diligencia podría ser la idónea, siempre y cuando el forense que la practique no forme parte de las redes de mafiosos que se protegen unos a otros. Porque, de ser así, el gélido clima y los helados vientos que proliferan en el territorio nacional por estos días serían inmediatamente absueltos del delito de enfriamiento ilícito por los meteorólogos de mayor riesgo.

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Pero mejor cambiemos de ejemplo. El frío no pasa de ser un dato ídem, sujeto a las condiciones de cada quien. No es lo mismo calefacción que putrefacción. Aunque las palabras se parezcan. ¿Podría un sistema que juzga el origen de la histeria colectiva entre los automovilistas, condenar por lesa movilidad al tráfico de diciembre? ¿Cabría en este proceso el agravante de tensiones acumuladas por los embotellamientos de todo el año? Volvemos al principio: Esto dependerá de la calidad de los elementos probatorios. Tanto las vías colapsadas por el creciente parque vehicular como los trayectos de tres horas de ida y tres horas de vuelta necesitan ser contundentemente fundamentados para que no quepa ni la más mínima duda de su involucramiento en el caso. Estamos frente al inconmensurable reto de sostener, en debate oral y público, que el desquicio vial proviene de esas interminables filas de carros en las horas pico y en las horas no pico. Es cierto que, diariamente, todos somos testigos de esos desesperantes atascos. Incluso también víctimas de ellos. Pero, a la hora de armar un caso penal, no basta con lo obvio. No alcanza con sumar dos más dos y que eso dé cuatro, porque, de pronto, la culpa la tienen los insensatos motoristas que se atraviesan aquí y allá, y que con frecuencia terminan tendidos en el asfalto por sus temerarias imprudencias. Y, probablemente, aventurándonos “a lo bestia” en el siempre prolijo campo de las especulaciones, dicho aserto resulte más fácil de acreditar frente a una Corte Suprema de Ficticia que los cotidianos congestionamientos en calles, avenidas y autopistas de la metrópoli.

No faltará alguna autoridad prepotente, quise decir competente, que proclame que no necesitamos asesoría de países más avanzados para manejar y resolver nuestras debilidades institucionales. Siempre hay algún intrépido que se atreve a emitir comentarios osados y kamikazes con tal de imponer narrativas de sinuosa procedencia o de lanzarse al heroico intento de querer tapar el universo con un meñique.

Que nadie se levante de su butaca, por favor. El show debe continuar. El espectáculo apenas empieza. Hay mucha trama por delante. La segunda temporada. Y la tercera. Y también la cuarta, la quinta y la sexta. A lo “Breaking Bad” o a lo “Peaky Blinders”. No todo está perdido. Algo de acierto tuvieron los meteorólogos de mayor riesgo. Por ahora, el intermedio tiene sabor a Mundial y a convivios navideños. “Covidios”, les dirán algunos. En enero comienza lo más emocionante. Y, salvo excepciones, no habrá permanencia voluntaria. Será obligatorio quedarse a presenciar la función completa. Los productores prometen emociones hasta el límite. Escenas de horror. Un Stephen King político tropicalizado. Con el elenco que usted ya conoce. Solo estelares. Esta noche, mientras tanto, sigue haciendo frío. Y el tráfico de fin de año es inmisericorde. Yo lo siento. Yo lo sufro. ¿Qué tipo de pruebas necesitaré para que me crean? ¿O seré yo el único que se está congelando y el excepcional que invierte un promedio de tres horas de ida y tres horas de vuelta en cada trayecto, aunque me fíe del Waze? Espero sus comentarios.

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