Opinión

"Se nos rompe el país"

"Las grietas del sistema de justicia ya son abismos. Sin embargo, los que manejan sus hilos se solazan como si lo que pisaran fuera la firme tierra de una pradera. Ilusos."

Grietas por todas partes. En el asfalto. En las montañas. En el tejido social. Da miedo transitar por cualquier zona del país. Sea una calle, un predio o una autopista. En cualquier momento, un derrumbe o un socavamiento puede causar una tragedia. Lo cual es preocupante, pero también revelador. El sistema va hacia el gran síncope. Los funcionarios ya no podrán “tapar el sol con un dedo”. La indignación se rebalsará. Y eso nos costará caro a todos. La precariedad de las vías solo es un reflejo de lo que nos sucede. El peligro es permanente. Peligro mayor. ¿Qué le dirán las autoridades a una ciudadanía enfurecida cuando se rompan tres carreteras al mismo tiempo y el país quede totalmente incomunicado? ¿Culparán acaso a los que acusan de no respetar nuestra soberanía? ¿O argumentarán que por las manifestaciones no han podido dar a la red vial el mantenimiento que corresponde? Hay infinidad de colonias que carecen de drenajes. Y la lluvia no deja de caer. Causa angustia pensar cómo estarán muchos colectores. A lo que se suman los proyectos inmobiliarios edificados sobre terrenos inhabitables y la infaltable corrupción en la obra pública.

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Total: la crónica de un desastre anunciado. Y no solo ahí. Porque así como vemos de maltrechas las vías, idénticas o peores están nuestras instituciones. Y así como crea caos un agujero que se abre repentinamente en medio del pavimento, igual habrá reacciones cuando el abuso de quienes manejan el poder no mida consecuencias y estire la cuerda hasta romperla. Para un alcalde, por cínico que sea, no ha de ser gracia saber que sobre su espalda pesa la responsabilidad de que ocurra una catástrofe similar a la de El Cambray II, que en el ya “lejano” 2015 terminó en una sola noche con la vida y los sueños de casi 300 personas. El riesgo existe. Y todos lo sabemos. La improvisación combinada con el cortoplacismo ha distinguido a demasiados jefes ediles. No digamos a ministros, a diputados o a presidentes. La mayoría son de la misma calaña. Y se protegen entre sí. De ese modo han perpetrado un interminable saqueo. Y lo han hecho sin misericordia y casi sin obstáculos, pues han contado con la cómplice indolencia de la población. Una indolencia que busca salida en la migración desesperada hacia Estados Unidos o en el escape que provee, con muy buenos réditos, la religión ultraconservadora.

Las grietas del sistema de justicia ya son abismos. Sin embargo, los que manejan sus hilos se solazan como si lo que pisaran fuera la firme tierra de una pradera. Ilusos. Cuando se les venga encima el castillo de naipes, lo lamentarán. Pero ya será tarde. Lo mismo sucede con el gremio político. Sus altos dirigentes sienten que controlan la totalidad de las variantes. Y, ciertamente, los vientos les favorecen hoy. Mucho. Mas no será por demasiado tiempo. Los precios suben. El dinero ya no alcanza para nada. El atropello permanente a la dignidad social generaliza cada vez más el resentimiento. La olla de presión se acerca al borde. Pero quienes podrían evitarlo, miran hacia otro lado. Me parece increíble el paupérrimo análisis de situación en que confían algunos grandes tomadores de decisiones. Cual autómatas. Bien dicen que “a la mayoría de las personas no les gusta la verdad, y que lo único que quieren es la reafirmación de lo que, según ellas, es la verdad”.

Va a llegar un momento en que la infraestructura nacional estará destrozada e inservible. Y Dios quiera que la debacle no aparezca en su versión de montañas que se desploman sobre una fila de automóviles, o en la de algún hundimiento que se trague un vecindario entero. Algo similar puede ocurrir con la agonizante gobernabilidad que nos mantiene en ascuas. Y lo que inicialmente parezca una tropelía más de los poderosos de turno, termine sacudiendo la cólera colectiva y nos arrastre hacia el colapso. Ya no siento tan lejano ese tipo de escenarios. Y aunque ello representara la caída de los actuales truhanes de la nación, no veo con optimismo que tal cosa pase. La violencia jamás es el camino. Y a la hora de perder, aquí suelen perder siempre los mismos. La única diferencia en un caso como el que vislumbro es que, además de los mismos de siempre, perderemos también quienes no somos necesariamente los que siempre pierden. ¿Grietas por todas partes? Así es. Pero estas no sirven hoy día para permitir que entre la luz, como dice Leonard Cohen. Las grietas que nos circundan solamente sirven para que nuestros pasos corran el peligro de hundirse en la funesta oscuridad. Esa que los maleantes de la cleptocracia han impuesto aquí desde que me acuerdo.

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