¿Qué representa para usted la independencia? ¿Cómo la celebra, si lo hace? ¿Le gustan las antorchas? ¿Participa en actos cívicos? ¿Qué símbolos representan la independencia y al país?
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Estas son algunas de las preguntas que recurrentemente se abordan en espacios académicos en los que se discuten desde la ciencia política, la sociología, la antropología, la historia y otras ciencias sociales.
La excusa perfecta para generar estos debates es la celebración de la “gesta independentista” que ocurrió en 1821. En esta oportunidad quiero compartir con usted no necesariamente conclusiones sobre lo que en estos espacios académicos se discute, sino plasmar algunas impresiones, emociones y reflexiones que surgieron luego de participar en algunas actividades el pasado miércoles. No busco, ni por asomo, entrar en una discusión académica.
Una de las cosas que más me llamó la atención es ver la forma en la que las personas cantan el himno nacional, la fuerza colectiva que se siente, la identidad que genera y cómo, siendo bastante desapegados a este tipo de símbolos, en momentos como estos se genera identidad y en el ambiente se forma un sentimiento colectivo de unidad. Especialmente, cuando se eriza la piel al entonar la parte final del himno: ¡Ojalá que remonte su vuelo! ¡Más que el cóndor y el águila real! Y en sus alas levante hasta el cielo. Guatemala, tu nombre inmortal.
Por otro lado, el significado que adquieren las antorchas que recorren todas las carreteras del país. Este símbolo que lleva luz y libertad, y que es trasladada por miles de guatemaltecos y guatemaltecas que salen a correr kilómetros de kilómetros, en medio de las tempestades del tiempo, para celebrar la independencia. De igual manera, también hay que reconocer los problemas de tránsito que generan y las consecuentes molestias e inconformidades.
Estoy de acuerdo en que hay mucho por cuestionar y analizar sobre la independencia, sobre el proceso de construcción de nuestro país y sobre los desafíos socioeconómicos que enfrentamos y que nos hacen dudar si somos realmente un país y si, además, somos independientes.
Indudablemente, celebrar la independencia deber ir más allá que entonar el himno nacional, salir a correr kilómetros con las antorchas, un espacio de reflexión sobre el país que somos y, especialmente, un momento de esperanza para pensar en el país que queremos. Hay que cuestionar la construcción de los símbolos y lo que significan.
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Es un momento que se puede aprovechar para articular voces y acciones colectivas en contra de la campante corrupción que impera en las instituciones públicas, cuestionar a los representantes y líderes políticos que descaradamente buscan lavarse la cara y utilizan los símbolos nacionales y los actos protocolarios para presentarse como ciudadanos respetables, honestos, transparentes, “nacionalistas y patriotas”, cuando son todo lo contrario.
Un momento para que desde las diferentes perspectivas se contribuya a fortalecer la cultura política democrática, a pensar y construir instituciones públicas, en consolidar un empresariado progresista, alejado de los privilegios, que contribuya a consolidar una economía incluyente, con oportunidades para todos.
Un patriotismo real, auténtico, que busque construir un país, superar las desigualdades sociales, generar empleo, desarrollo, uno sin discriminación ni exclusión, sin violencia, un país en el que nos sintamos orgullosas y orgullosos. Uno en el que prevalezca la dignidad humana. Celebrar la independencia deber ir más allá de actos cívicos, entonar el himno nacional y llevar antorchas; debe ser una oportunidad para construir país.