Opinión

"Tres, cuatro y hasta cinco horas"

"Muchas pérdidas económicas se reportan en días recientes. Y quienes cumplen con sus impuestos cada vez se quejan más de que, por lo que pagan, no ven un retorno que valga la pena."

Algo nos quiere decir la lluvia. La naturaleza no habla por hablar. El temporal nos recuerda, ya no con sutileza, que a la tierra no se le atropella. Nos llama la atención y nos amonesta por la desidia con la que hemos tolerado la mediocridad y el latrocinio en la función pública. Y nos pone sobre aviso de que, si no actuamos pronto, las penurias y las tragedias se multiplicarán. Admiro de verdad la capacidad de sufrimiento de la gente. Para bien y para mal. Para bien, porque demuestra la fortaleza de un pueblo que doblega a la adversidad a puro coraje. Para mal, porque de tanto aceptar lo inaceptable, ese mismo pueblo que a diario se pinta de héroe para enfrentarse con la horrible cotidianidad, se vuelve un dócil cómplice de los villanos que suelen aprovecharse de nuestra indolencia.

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Los testimonios de quienes padecen el caos de esta temporada son conmovedores. Tres, cuatro y hasta cinco horas para llegar a un destino. Tres, cuatro y hasta cinco autobuses para lograr asistir al trabajo, de ida y de vuelta. Tres, cuatro y hasta cinco galones de gasolina gastados de más, cada jornada, por estos embotellamientos de tránsito.

Lejos de dar esperanza, el estado de Calamidad que ratificó ayer el Congreso lo que da es miedo. Sobre todo, porque es a nivel nacional. Pareciera que, literalmente, se despacharon con la cuchara grande. Sin embargo, es una excelsa oportunidad para que los funcionarios de turno se luzcan. No robando, como suelen hacerlo. No. Así no. La fórmula es que se luzcan respondiendo a la altura durante esta emergencia. Es ahora o nunca. Aquí no hay mañana. Pero uno tiende a dudar de que lo logren. Es demasiada la codicia. Y, en muchos casos, es excesiva la precariedad técnica. Lo cual, aunque no es nuevo, tampoco es excusa. Hasta el momento, la falta de un liderazgo confiable desde el Ejecutivo es evidente. No hay una voz autorizada que sugiera algún indicio de que, en los puestos de mando, haya la más mínima idea de que tienen idea de algo. Las declaraciones han sido sumamente contradictorias. Y el rellenar el agujero del kilómetro 15 solo dejó la impresión de que, o se hizo por presiones, o se hizo por hacer negocio. No digamos el desafortunado episodio de “pedirle a Dios que no siguiera lloviendo” como pronunciamiento político frente a un desbarajuste de semejante envergadura. Eso da pena ajena. Y también causa indignación.
Ciertamente, el momento es muy espinoso para estar en el poder. Sería injusto negar tal cosa. Por ello, resulta inaplazable que, contrario a lo hecho en pandemia, se arme una estrategia de comunicación que informe bien acerca de lo que acontece. Negar lo obvio o retrasar la mala noticia no ayudará. El Ejecutivo está obligado a elegir lo importante sobre lo urgente, con la desventaja de que lo urgente se lo comerá tan rápido como se hundió el lodocreto en la carretera al Pacífico. Si hay que cerrar alguna carretera, tendrá que hacerlo. Eso es menos malo que exponerse a que una montaña se desplome sobre una fila de automóviles.

Por otro lado, no puede ignorarse la angustia extra que trae consigo el repunte de casos Covid. Por todos lados me entero de gente que da positivo. Y pese a que las hospitalizaciones siguen presentando números bajos, el sistema de Salud corre el riesgo de volver a sufrir estrés. Según datos oficiales, el 60 por ciento de los que buscan atención médica no se ha vacunado.

Muchas pérdidas económicas se reportan en días recientes. Y quienes cumplen con sus impuestos cada vez se quejan más de que, por lo que pagan, no ven un retorno que valga la pena. Las carreteras están en pésimas condiciones desde antes de esta crisis. Y dinero no les ha faltado. Y mucho menos les va a faltar con el estado de Calamidad. Ese que ratificaron a nivel nacional.

La gente que pierde tres, cuatro y hasta cinco horas en el tráfico por esta colapsada la red vial y que diariamente se entera de que tres, cuatro o cinco derrumbes le complicarán la existencia con suplicios de movilidad, seguramente no pensará ni tres, ni cuatro, ni cinco veces para condenar a las autoridades actuales por estas “mega obras” que solo acarrean un “mega caos”. Hoy sí percibo que el hartazgo está llegando a su límite.

Algo quiere decirnos la lluvia. La naturaleza no habla por hablar. Especialmente en un país donde, con dolorosa frecuencia, nos enteramos de que se cometen tres, cuatro y hasta cinco casos de corrupción al mismo tiempo, sin que nadie se digne a perseguir penalmente a sus autores.

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