Agujero. Hundimiento. Caverna. No importa cómo se le llame. La grieta que terminó abriéndose en la ruta al Pacífico refleja al país de cuerpo entero. Y nos recuerda lo que tantas veces se ha dicho: La apatía hacia los asuntos públicos, tarde o temprano, nos pasará factura a todos. Aún no hay suficientes herramientas como para confirmar que se trata de vulgar corrupción. Pero bien podría ser. Es decir, un posible estudio mal hecho o una probable ejecución mediocre. Lo más seguro es que nunca lo sabremos. ¿En qué institución pública podríamos confiar como para determinarlo? ¿O creeríamos en el dictamen que dieran los constructores privados? La respuesta es obvia. Por ahora, lo único que parece innegable es que no hubo suficiente mantenimiento. Que no se previó lo que podía ocurrir. En dos platos, que de la tragedia del socavamiento gigante de la zona 6, hace 15 años, no se aprendió absolutamente nada. Aquí es normal que la obra pública se caiga a pedazos en cualquier momento. Es parte del paisaje. A nadie le extraña ya que suceda. En este drama del kilómetro 15 de la carretera hacia el sur, por lo menos no hay vidas que lamentar. Eso, en el triste contexto nacional, puede considerarse ganancia. Sin embargo, lo sufrido en estos dos días de caos tiene implicaciones de todo tipo. Incalculables pérdidas económicas. Excesivo gasto de combustible, ahora que está tan caro. Retrasos en llegadas a trabajar. Más colisiones de las normales. Mucho tiempo perdido. Y perder tiempo, me permito recordarlo, es perder vida. Vida en bilis y en estrés, como en este caso. Vida que no regresa.
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Súmese a esto la incertidumbre que todavía enfrentan los vecinos de Villa Nueva, así como aquellos colateralmente afectados en otros municipios, que por este brusco cambio se han visto obligados a alterar sus vidas, y que hasta el momento desconocen cuánto tiempo tendrán que arreglárselas para seguir adelante.
Habrá que darle un cuidadoso seguimiento ciudadano a las reparaciones que vienen en ese tramo. Lo cual es fácil de escribir, pero casi imposible de lograr. He aquí la enorme necesidad de contar con una sociedad civil fuerte y organizada. Asimismo, con una prensa con recursos como para no soltar el tema y resuelta a vigilar cada paso que se dé en este proceso. Lo anterior, sin dejar de lado a una oposición política responsable y estructurada, capaz de hacerle ver a las autoridades sus errores y a la vez de reconocerle sus aciertos, cuando los hubiere. Eso sería lo ideal. O lo mínimo, dependiendo del país. Pero, por diversas razones, no es precisamente así en nuestro medio.
Lo que está claro es que, en Guatemala, no existe una visión de Estado en materia de infraestructura. Siendo francos, en ningún aspecto uno puede hallar esa visión. Y eso se traduce en una serie interminable de acciones deficientes que no van hacia ninguna parte. Planes hay, claro. Diagnósticos, también. Abundantes. Lo que no se ve por ningún lado es la voluntad política de sacarlos adelante. Mucho de lo que se hace es con el inmediatista fin de robar. Con el urgente afán de hacerse millonarios de la noche a la mañana. Y, mientras tanto, frente a la indolente mirada de la gente, el país se cae a pedazos y esa misma gente, usted y yo, seguimos viendo el desastre como parte del paisaje. A este paso, muy pronto, ni siquiera paisaje habrá, porque, o se lo lleva la lluvia, o bien decide irse hacia Estados Unidos.
Así como lo lee: Aquí es tal la desesperanza que hasta las montañas y los bosques decidirán emigrar. Por ello, no importa si a lo sucedido en el kilómetro 15 al Pacífico lo llaman agujero, hundimiento o caverna. Da igual. De cualquier modo, refleja al país de cuerpo entero.