Ser joven es un regalo de la vida que no dura para siempre. Hay acciones que solo en la juventud se pueden hacer. La energía sobra antes de cumplir los 30. Pero cuando el cansancio empieza a hacer mella, intentar cambios cuesta más. En ese contexto, ¿por qué percibo que las nuevas generaciones no logran involucrarse en asuntos políticos con suficiente interés? ¿Será porque las comparo con los adolescentes y los veinteañeros de los 60 y los 70? En aquellos tiempos, los patojos exponían la vida por sus ideales. Había cantautores como Bob Dylan y Joan Manuel Serrat. No me gasto en la nostalgia. Hoy se oye reggaeton y banda. Eso predomina.
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Pero fácil es juzgar cuando uno no está en los zapatos del otro. No ha de ser sencillo enfrentar el mundo actual con ojos de principiante. Para quienes empiezan su recorrido por el ambiente laboral, incluso los graduados universitarios, el panorama es yermo. ¿Qué oportunidades reales tienen? ¿A qué pueden apostar en un país que derriba sus instituciones y que se pudre en la corrupción? ¿Qué sentirá un joven de ver a los peores sujetos del sistema, haciéndose millonarios de un día para otro, con esos negocios que no llegan a ser perseguidos por la justicia, pero que todos sabemos que ocurren? Si a logros vamos, los que estamos arriba de 50 no somos la mejor referencia.
No fuimos capaces de presionar lo suficiente como para aprovechar las escasas oportunidades que nos dio la historia durante las últimas tres décadas. Tampoco de desarrollar la democracia. Nos fuimos acostumbrando a que “las cosas eran así” y que lo ya ganado no iba a sufrir retrocesos. No pudimos articular nada trascendente. Por ello, achacarles su indolencia a los muchachos es injusto. ¿Acaso no fuimos precisamente nosotros los mayores quienes permitimos que los jóvenes de hoy se transformaran en una partida de frívolos frente a la acuciante realidad que nos acecha? ¿Por qué de padres rebeldes y contestatarios salen hijos pasivos y conformistas? Y ni hablar de los hogares conservadores. ¿Acaso no es ahí donde se consolida el “sálvese quien pueda” que tanto daño nos ha hecho? En realidad, casi todos terminamos en ese cajón cuando de formar se trata. Como padres, damos demasiado y exigimos muy poco.
A eso hay que sumarle la pandemia. El desencanto con la vida que sienten millones de jóvenes que perdieron dos de sus mejores años entre confinamientos y restricciones va a pasar factura. No digamos el pesimismo que eso significa en la visión del ascensor social. A lo que se añade la grotesca imagen de Vladimir Putin desafiando a la humanidad con su complejo de Hitler. ¿Hasta dónde llegará la inflación? ¿Cuánto terminaremos pagando por el galón de gasolina?
Las redes sociales y la adicción por las pantallas no auguran un futuro promisorio en tal sentido. Una juventud que considera que despotricar por Twitter basta para lograr cambios va perdida. Me imagino el rechazo que causa en los votantes primerizos ver la oferta electoral para el próximo año. Lo que no es más de lo mismo es nuevo de lo peor. Y en ese limbo, las propuestas populistas que ofrecen ideas radicales se vuelven atractivas para quienes ya no creen en nada.
En un video análisis publicado por “El País”, el periodista Jorge Ramos comparte inquietantes datos acerca de las regresiones democráticas que vive el planeta. Habla, por ejemplo, de que hay 5,400 millones de personas viviendo bajo regímenes autoritarios o dictaduras. Es decir, el 70% de la población mundial. Y además cita palabras de Thimothy Snyder, muy oportunas para el momento que vivimos: “No hay que obedecer por adelantado”. Hacerlo, como apunta Ramos, es decirle a quienes abusan del poder “que todo está bien y que estamos de acuerdo con lo que hacen”. ¿Será posible que las nuevas generaciones no se percaten del presente desesperanzador que ello implica? ¿Cómo vislumbrará el futuro un joven que ve desempleados a sus padres, sin seguridad social y sumidos además en el derrotismo del que ya no espera nada?
Permitir los desmanes que hoy presencia Guatemala en los tres poderes del Estado no invita a nadie a quedarse aquí. Es cierto que no son tiempos para que surjan cantautores como Bob Dylan o Joan Manuel Serrat. Pero si la juventud de hoy no pasa de oír a Christian Nodal y a J Balvin, difícilmente se alcanzará la conciencia como para intentar el cambio. Y, en eso, mucho tenemos la culpa los que no supimos darles el ejemplo para que lucharan por un mundo mejor.