Una interesante aproximación a los niveles de confianza que prevalecen entre los actores en América Latina fue presentada en estos días por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un interesante estudio que se titula “Confianza, la clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe”. Quiero compartir con ustedes algunos extractos y reflexiones del documento.
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El esfuerzo busca presentar la manera en que la desconfianza prevaleciente entre muchos actores en nuestras sociedades, tiene un efecto negativo en el crecimiento económico y la innovación, la inversión, la iniciativa empresarial y el empleo, que florece cuando los trabajadores y los empleadores, los bancos y prestatarios, así como los consumidores y los productores confían unos en otros.
Por otro lado, enfatiza el estudio, la confianza dentro de las organizaciones del sector privado y público es esencial para la colaboración y la innovación. La desconfianza distorsiona la toma de decisiones democráticas porque impide que los ciudadanos exijan mejores servicios públicos e infraestructura, y que se unan entre sí para controlar la corrupción.
Indudablemente, la confianza o desconfianza que prevalece en nuestra sociedad se entiende como el resultado de un proceso que se ha construido históricamente a través de las relaciones sociales, políticas y económicas que se han tejido en nuestra sociedad, y que se alimenta de las experiencias y los resultados de estas.
El estudio considera a la confianza como la creencia de que otros no actuarán de manera oportunista. Que, a su vez, no harán promesas que no puedan cumplir, que no renegarán de las promesas que sí pueden cumplir ni transgredirán las normas para aprovecharse de otras personas que las respetan.
En América Latina y el Caribe, la reducción ha sido aún más drástica con una caída de los niveles de confianza del 22% al 11%. Solo una de cada 10 personas cree que se puede confiar en los demás.
El impacto que tiene la confianza en la posibilidad para tejer las relaciones sociales y potenciar procesos que promuevan el desarrollo es muy importante. Por ejemplo, estamos de cara al proceso electoral y cada vez es necesario realizar esfuerzos conjuntos para articular un movimiento político que busque sacar las redes políticas clientelares del poder.
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Este escenario se dará en gran medida por varios aspectos, pero inicia con la confianza que haya entre los actores políticos para organizar este tipo de esfuerzos políticos y, a su vez, la confianza que estos actores políticos tengan con los ciudadanos.
No digamos los efectos que tiene la desconfianza en las relaciones económicas y las posibilidades para generar oportunidades y un desarrollo humano integral. Para ello, necesitamos que los actores económicos confíen en la institucionalidad, que cumplan con las normas y respeten la legalidad, y viceversa.
Por ello, resulta indispensable que las acciones públicas desde la institucionalidad consideren elementos para aumentar la confianza y la cohesión social, no solo desde la perspectiva de reformas institucionales e integrales que, por ejemplo, busquen transparentar el uso de los recursos públicos y reducir la corrupción.
No solo se trata de reformas legales e institucionales, sino que también se requiere una transformación en la forma de practicar y ejercitar la política. Un cambio de valores y normas en la dinámica política. Dejar, por un lado, la política corrupta, de negocios y clientelista por una política de principios, programas y valores democráticos.
En este caso se requiere una renovación de liderazgos en todos los niveles, porque la transformación del país también pasa porque que se construya confianza entre los ciudadanos y las instituciones, entre la ciudadanía y los políticos, entre la misma ciudadanía. Necesitamos nuevos políticos con nuevas prácticas políticas. ¿Qué opina usted?