Se llama Marina Ovsyannikova. Es editora. O tal vez lo fue. El lunes por la noche, desafiando a un régimen infame, se coló en el set del segundo noticiero más visto de la televisión rusa. Lo hizo con un cartel en el que mostraba su rechazo por la guerra en Ucrania y, además, instando a la audiencia a no creer en la propaganda del Kremlin. Esa franja es vista por millones. Y Marina, al atreverse a semejante osadía, quedó expuesta a purgar 15 años de cárcel. Por ahora, está libre. Le impusieron una multa equivalente a unos 260 euros, pero es inminente que eso no se detendrá ahí. El interrogatorio al que la sometieron se prolongó durante 14 horas. Esta mujer, mucho más valiente que todos los generales que rodean a Vladimir Putin, se quitó de encima un lacerante peso que cargaba sobre su conciencia. Qué descarga de adrenalina y qué liberación. Qué ejemplo de coraje y qué manera de pasar a la historia. Infinidad de rusos levantaron vuelo con las alas de Marina, aunque fuera solo por unos pocos segundos. Y eso difícilmente se lo perdonarán el dictador y su séquito de serviles.
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“Soltar todo y largarse, qué maravilla”, dice la letra de una canción poco conocida de Silvio Rodríguez. Algo así debe haber experimentado esta valiente editora. Pero ella, contrario a la canción, no podrá “largarse”, aunque sea una maravilla lo que hizo. Imagino que en varios canales televisivos de Guatemala, más de alguno de sus trabajadores habrá soñado con una osadía similar. Y aquí, valga decirlo, solo con el riesgo del despido de por medio. Aún, y subrayo ese “aún”, sin represalias judiciales legisladas, pero sí con muchas posibilidades de sufrir ostracismo laboral y hasta persecuciones legales “a la carta” si algún o algunos poderosos se ofenden más de la cuenta con su protesta.
Imagino también que, en múltiples ocasiones, uno o varios integrantes del equipo de comunicación de la presidencia, o bien dos o tres asesores del Congreso que saben de las jugarretas sucias de los peores diputados habrán fantaseado con la idea de hacer “un Marina Ovsyannikova”. Y qué grandioso sería presenciarlo. Sin embargo, en tiempos como estos, se ve lejano que haya un temerario de tal calibre que salte al estrellato denunciando, en vivo, el más reciente robo de las autoridades de turno. Aquí, como en Rusia, el recurso del miedo es efectivo. Menos que allá, por ahora. Pero con antecedentes sanguinarios en ambos países. El guion que relata el camino hacia la dictadura nos lo sabemos de memoria. Algunos hasta sueñan con llevarlo a escena. Los prepotentes de siempre, por citar casos concretos. Los que odian la libertad de expresión. Los que no admiten la crítica y se vanaglorian de “defender a la Patria”.
Una de las maneras en que un periodista obtiene información privilegiada, a menudo comprometedora para los intereses corruptos, es mediante los testimonios de fuentes que se atreven a desafiar el peligro de revelar datos a cambio de no ser citados. Claro: Ningún reportero que se precie de ejercer bien su oficio publica infidencias sin antes confirmarlas. Ello, por supuesto, cuidándose de no arriesgar a quien le confió el “relato madre” para su investigación. Cuando el Ministerio Público y el Poder Judicial deciden no perseguir a quienes desfalcan las arcas nacionales, ya casi solo queda el periodismo para incomodar a los saqueadores de profesión.
Es el caso de Guatemala. Por ello, para preservar lo que nos queda de democracia, es imprescindible que la sociedad y sus líderes responsables no permitan que, tal y como se avizora, se asfixie o se amedrente a los medios independientes. Rusia viene de una tradición stalinista nunca superada. Que un ex KGB esté llevando a la ruina a ese país, por medio de la repugnante invasión a Ucrania, es una muestra palmaria de cómo la indolencia ciudadana pasa caras y trágicas facturas cuando los años pasan y no se corrigen a tiempo los despropósitos de los tiranos.
Estoy totalmente de acuerdo con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en cuanto a que Putin es un criminal de guerra. Un 20 por ciento de rusos también lo ve así. Pero el 80 restante sigue siendo víctima de la desinformación propagandística del Kremlin que, con su abyecto control sobre el Poder Judicial, castiga con 15 años de cárcel a quienes no obedecen sus designios. Es cierto que Rusia y Guatemala no son comparables. Pero sí lo son las acciones de represión que se han vivido en ambos lugares. Eso no debe tomarse a la ligera. Menos aun con los cinismos actuales. Esta columna va dedicada a la gran Marina Ovsyannikova y a todos los que, tarde o temprano, se atrevan a liberar sus conciencias de los pesos más lacerantes, aunque para ello tengan que pagar el caro precio de enfadar a un régimen infame.