Últimamente, me he dado a la tarea de ordenar muchos de mis libros. Algunos de ellos los tengo en mi casa, otros en mi casa de la montaña y otros van para fuera. De estos últimos, muy pocos. He encontrado libros que leí hace muchísimos años. Cada vez que compro un libro, le pongo mi nombre, la fecha y el lugar de compra, por si fuera en otro país que no es Guatemala. Libros que antes subrayaba con marcador amarillo y, desde hace muchos años, decidí cambiar y subrayo con lápiz: Esto me permite hacer anotaciones donde lo sienta. Tengo la costumbre, desde hace algún tiempo, de poner la fecha de inicio y finalización de la lectura del libro en turno. Y, también, se me ocurrió ponerle una nota sobre 10, ¿qué tal?
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Mi hambre por la lectura la heredé definitivamente de mi papá, digo yo, pues siempre observaba libros en su mesa de noche, en su baño, o lo veía acostado leyendo. Sabía mucho y siempre me hacía referencia de cosas que había leído o aprendido en tal o cual libro. Mi amiga y compañera de primaria en el colegio, Magalí RR, siempre andaba también leyendo, y mi recuerdo de ella es con un libro en mano saboreando su lectura y aprendiendo de ella. Como digo, no hay como el ejemplo para aprender de manera intrínseca. Esa costumbre de leer fue creciendo de poco en poco, pues al principio como que no tenía claro sobre qué quería aprender o sobre qué quería leer. Cuando ya lo tuve, al menos yo he querido aprender lo más que pueda sobre ello. Es cierto, mucha de mi lectura teórica durante mis 40 años como administradora de empresas ya quedó obsoleta, ahora me interesa más aprender sobre la vida y la transición de las almas.
Es grandiosa la oportunidad de leer con la facilidad del audiolibro, me encanta porque puedo aprovechar más el tiempo en el carro y leer dos libros a la vez. También aprovecho el tiempo para oír charlas en YouTube cuando hago ejercicios, por ejemplo, de Sadhguru, Dr. Ricardo Soto, Alejandra Sassano, Jaime Jaramillo, Marian Rojas, Gaby Pérez Islas, Erika de la Vega, etc.
Mi tiempo de aprendizaje es muy importante, hay tanto, realmente tanto por aprender que se debe tener claro por dónde se quiere ir. Disfrutar y ser responsable con todo aquello que queremos vivir y, sobre todo, de cómo lo queremos vivir. Tengo 65 años y el hambre de saber más sobre uno u otro tema es grandioso. Es obvio que tengo algunos temas que me interesan mucho más que otros, pero hay veces que me toca complementar un aprendizaje con lectura un poco aburrida, pero enriquecedora. También he podido leer y aprender de escritores como Robin Sharma, Isabel Allende y otro montón con su lectura fácil y amigable, me encantan. No digamos historias de la vida real, como estos tres libros que me están esperando para leerlos: “Mamá, no estoy muerta”, de Mariela SR o Coline Fanon, “Líbranos del mal”, de Ernestina Sodi, y “El consentimiento” de la francesa Vanessa Springora, que me recomendó mi amiga Verónica ML.
En fin, leer es un grandioso placer. Es un gran regalo tener el hábito de aprender leyendo. Crecer leyendo experiencias de otros también es muy fuerte, pues hay personas que realmente abren su alma y corazón para compartir libremente sus experiencias y aprendizajes. Me considero definitivamente una de ellas y no me ha importado destapar mi yo interior para compartirlo al mundo, pues, luego de leer lo que comparto, esa respuesta de lo que provoca en uno o en otro es muy satisfactoria. ¿Para qué quedarse con lo que se aprende? La vida y lo que se aprende con ella hay que compartirlo. ¿Para qué estar muerto en vida y quedarse para uno lo que se aprende? Por eso, la palabra compartir lleva un gran significado de fondo… hasta para cuando se da o se recibe a un bebé en adopción.