La primera vez que supe de Volodymyr Zelensky fue cuando, en 2019, Donald Trump intentó presionarlo para que lo ayudara a desprestigiar a Joe Biden. Pese a las amenazas, proferidas no tan veladamente por el abogado del magnate, Rudy Giuliani, el mandatario de Ucrania no cedió. Ya, para entonces, la situación en su país era tensa. Hoy, una semana después de iniciada la invasión rusa, ya podemos hablar de una tragedia humanitaria con crímenes de guerra de por medio. La megalómana ambición de Vladimir Putin ha puesto en jaque al mundo por una abusiva y despiadada acción militar que, en sus números iniciales, ya deja más de un millón de refugiados y alrededor de dos mil civiles muertos.
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Hasta ahora, aunque le han ofrecido evacuarlo de su país, Zelensky ha preferido quedarse, aunque sus posibilidades de salir vivo de este episodio sean casi nulas. La resistencia ucraniana, heroica en todo el sentido de la palabra, ve en su liderazgo una clara inspiración. Son conmovedoras las imágenes de los puentes destruidos por las fuerzas armadas locales en las entradas de Kiev. Prefieren eso que permitir la entrada del invasor. Están poniendo sobre la mesa todas sus cartas. Y lo hacen con una dignidad de la que el mundo debe sacar lecciones.
Qué diferencia es ver a Zelensky jugándose la vida por su gente y defendiendo la soberanía ucraniana si se le compara con nuestros mediocres mandatarios. Esos, que la única soberanía que defienden es la del derecho a saquear las arcas nacionales y la de cometer abusos sin que nadie les pida cuentas. Qué contrastante es el coraje del presidente de Ucrania si se coloca al lado de la cobardía de aquellos que, a toda prisa y con artimañas, se apresuraron a ser juramentados en el Parlamento Centroamericano. Y viniendo Zelensky del mundo del espectáculo, resulta incluso más desagradable el cotejo con lo que nos tocó vivir en los tiempos de Jimmy Morales.
Necesitamos líderes dispuestos a darlo todo por la gente. Líderes que amen de verdad al país. Líderes que acepten sacrificarse para levantar el espíritu de sus gobernados. Líderes que no solapen a los “vividores de la soberanía”, que cobran mucho dinero por sembrar odio en nombre del “amor a la patria”.
Como ya escribí antes, es poco probable que Zelensky logre detener la violenta acometida rusa. Que haya aguantado una semana es, de por sí, un enorme mérito. Enfrente tiene a un inescrupuloso y perverso exagente de la KGB que ya rayó en lo desalmado al poner a circular la retórica nuclear para amedrentar a quienes se le oponen.
El presidente de Ucrania no se está enfrentando a cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad, sino a uno de los dos hombres más poderosos del planeta. No desafía a unos financistas retrógrados, sino a un hábil y cruel dictador, cuya decisión de invadir Ucrania es, además de infame, carente de toda justificación.
Hay que ser despreciable y ruin para iniciar una guerra cuando el mundo ni siquiera ha salido de una pandemia que ha matado a millones. Es el caso de Putin. Y hay que ser muy valiente y osado para plantarla cara a semejante esperpento del oprobio. Es el caso de Zelensky.
Estamos en año preelectoral. Son varios los que ya se sueñan con la banda presidencial puesta. Bueno sería que los candidatos en potencia se vieran en un espejo y se formularan la pregunta de si, a la hora de llegar al poder, serían capaces de jugarse la vida por el país. Si tendrían los arrestos para hacer lo correcto, aunque ello significara padecer situaciones al límite. Hago un recorrido por nuestra historia democrática. No encuentro a ningún Zelensky. Y comparando la épica resistencia ucraniana con nuestra pasividad como ciudadanos, compruebo con dolor algo que, años atrás, me rehusaba a aceptar: Cada pueblo tiene el gobernante que merece.