Opinión

Mayra Gabriel: "La vida nos quiere enseñar algo"

"Y, como dijo Alejandro Dumas, 'Toda la sabiduría humana se resume en dos palabras: tener esperanza y esperar'"

Le ha pasado que, cuando más prisa tiene, los semáforos le tocan en amarillo o en rojo, el carro que va a cruzar enfrente de usted va con una choya como si no supiera a dónde va, y no digamos el carro que va antes de usted y tiene que tomar el ticket del parqueo, y pareciera que nunca ha entrado a alguno. De seguro, también ha sentido a aquellos motoristas que creen que van en un carro de carrera y se quedan en el centro del carril izquierdo para rebasar, y así puedo seguir comentándole o preguntándole, ¿cierto o no?

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Hoy me tocó cabal ese tipo de día. Una reunión programada a las 8:30 de la mañana en mi oficina, y parecía como si el universo se estuviera confabulando para enseñarme algo. Todos delante de mí, con la paciencia del mundo, se movían a su ritmo. Tenía que pasar a hacerme un examen de sangre y, luego de toda la pasividad de los externos a mi alrededor, llegué al laboratorio y había tres señoritas y ningún cliente, ya sabe, se tomaron todo el tiempo del mundo para recibir mi petición, me tocó esperar pacientemente a que me atendieran Y, como dijo Alejandro Dumas, “Toda la sabiduría humana se resume en dos palabras: tener esperanza y esperar”, y bueno, algunas veces las cosas no se dan como uno quiere.

Finalmente, me pasaron a la silla especial, y yo, sabiendo el problema de que me encuentren venas para sacarme sangre, ya tenía mi brazo abajo para tenerlo listo; el técnico entró, verificó mi nombre y, ¡oh, sorpresa! Al abrir la gaveta para sacar sus guantes se dio cuenta de que la caja estaba vacía y se retiró del cuartito. Mi paciencia seguía brillando y me cuestionaba, ¿de qué se está tratando todo esto? Y pensaba dentro de mí, si me enojo o empiezo a demostrar mi prisa posiblemente el técnico empezará a pincharme y pincharme solo por fregar, pero si me pongo con actitud amigable y a comprender lo que a él le estaba pasando, él igual tendría la paciencia de buscar una buena vena y sacarme la sangre. Y así fue, mi actitud y charla con él ayudaron a que pacientemente me encontrara una pequeña vena en mi mano izquierda, luego de pasar de un brazo al otro, y de regreso, buscando una bonita vena y, gracias a la aguja de bebé, tenía esa sangre roja que tanto quería ver correr por el tubito de vidrio. Salí agradeciéndole su paciencia y llegué a mi oficina, con tiempo suficiente para el inicio de la reunión.

¿Por qué le cuento esto? Porque en nuestro día a día, al querer hacer las cosas a nuestra manera y a la velocidad que quisiéramos, hay veces que la vida nos quiere enseñar algo por medio de los demás. Desde el mes pasado, he estado acompañando a una señora de más de 90 años que, cada día que pasa, se acerca más a su momento especial para hacer su transición. Hemos platicado bastante, porque me ha encantado dedicarle tiempo; no esa visita de cinco minutos, pues aquí, sí que el amor y la paciencia son vitales. Es tan lindo, para mí, ayudar a alguien terminal a prepararse en cierta forma, a desprenderse, a soltarse, a conectarse con todos aquellos que la puedan estar esperando y, sobre todo, a hacerla sentir lo bello que será conocer y sentirse cerca de Dios. Un día le pregunté: “¿Qué quiere?” Y me dijo: “Irme al cielo y conocer a Dios”. Me emocioné tanto cuando me contestó así. Sentí que está enfilándose a su autopista, que la llevará al más allá.

Hoy, ya no habló. Su respiración todavía está constante y sin alteraciones. Muy calmada y esperando el momento de su graduación de vida. Le dije a la enfermera, que la ha acompañado por muchos meses, ¡cómo me encantaría verle una expresión de ilusión o de emoción! Porque podría asegurar que es cuando está viendo a alguien que la viene a traer, pues, como he aprendido, nadie se va solo, siempre lo vienen a traer a uno aquellos que se nos han adelantado y, de esta manera, para los que nos quedamos también aceptar que todo en la vida llega en su momento perfecto.

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