Ya estamos en el último mes del año y el ambiente cambia. Muchos se preparan para cerrar el año y evaluar qué nos dejó. También empiezan las distintas celebraciones previo a las fiestas. Iniciamos mañana, 7 de diciembre, con la celebración de la Virgen de la Inmaculada Concepción y la tradicional quema del diablo, actividad que inició con fuegos para alumbrar el paso de la Virgen y luego quedó como tradición para alejar los males y crear un ambiente limpio previo a la celebración de la Navidad. Muchos aprovechaban para sacar las cosas viejas y basura de las casas para quemarlas, otros hacían grandes fogatas a partir de las seis de la tarde. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho conciencia por el ambiente y se ha dejado de hacer muchos de los fogarones, pero, muchas familias se reúnen y queman una piñata de diablito y cuetes, piden paz para los siguientes días y aprovechan para comer buñuelos.
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El año pasado el Covid-19 hizo que el mes de diciembre fuera atípico. Es de recordar que el país no contaba con vacuna y había restricciones para juntarse y celebrar, además de miedo de las personas de contagiarse. Aunque la vacunación ha avanzado en los últimos tres meses, en comparación con otros países aún falta camino por recorrer. La semana pasada se contaba con casi la mitad de la población meta con una primera dosis (47%) y una tercera parte con esquema completo (32%). Aunque, debido a las variantes que han aparecido del nuevo coronavirus, se ha requerido una dosis extra de refuerzo. Según la Clínica Mayo, la variante Delta es casi el doble de contagiosa que las variantes anteriores y puede causar una enfermedad más grave. El mayor riesgo de transmisión está entre las personas no vacunadas. Recientemente, se descubrió la variante Ómicron, identificada por primera vez en Sudáfrica. La OMS ha advertido que podría tener un “mayor riesgo de reinfección” según las primeras evidencias científicas preliminares y se ha calificado esta variante como “preocupante”, ya que presenta un gran número de mutaciones. A la fecha no se ha detectado en Guatemala, pero sí hace unos días en México, por lo tanto no debemos bajar la guardia ni olvidar que la pandemia continúa.
El tema de la salud ha entretenido a todo el planeta, sin embargo no hemos trabajado en los temas cruciales para el desarrollo de Guatemala, solo coyuntura. Se sigue contando con un sistema de salud disfuncional, con poca capacidad de gestión y atención a los más vulnerables. Hace falta hacer más conciencia, ampliar la comunicación y contar con la voluntad para llegar a los departamentos más pobres y con mayores tasas de prevalencia de desnutrición crónica. La OMS señala que los desequilibrios nutricionales sostenidos en el tiempo están relacionados con dificultades de aprendizaje y menor desarrollo económico. Esto se refleja en la relación entre la talla del niño y su edad. UNICEF adiciona que “es el problema básico de la infancia, que trae muchas consecuencias y perpetúa todo el ciclo de la pobreza. La deserción escolar es muy alta y en gran parte no se debe a la falta de oportunidades, sino a las propias consecuencias de la desnutrición: Disminuye la capacidad de concentración de los niños y terminan desertando de la escuela”. Lamentablemente, en Guatemala, la mitad de los niños sufre de desnutrición crónica. Es el primer lugar en América Latina y el sexto en el mundo en cuanto a desnutrición infantil.
El aprendizaje de los niños y jóvenes va en retroceso. La semana pasada se publicó el documento “Resultados del Análisis curricular del Estudio Regional Comparativo y Explicativo” (ERCE 2019) de la UNESCO. El “ERCE 2019” es un estudio que evalúa los logros de aprendizajes de los estudiantes de América Latina y el Caribe. Adicionalmente, hace recomendaciones para orientar a las autoridades y los maestros con base en el estudio del currículo y los resultados de los alumnos en cada país (shorturl.at/xST23). Lamentablemente, previo a la pandemia el desempeño de los niños en lenguaje y matemáticas ya había decaído en relación con años anteriores. Para 2019, en lectura, en tercer grado, los estudiantes guatemaltecos obtuvieron una nota por debajo del promedio regional. Adicionalmente, dos terceras partes de la población estudiantil se ubicaba en el primer nivel de desempeño, el más bajo. En sexto grado, en matemáticas, los alumnos también estaban por debajo del promedio latinoamericano.
Esta situación demanda acciones concretas en salud y educación para lograr que la pandemia no afecte tan negativamente a la niñez y juventud. El presupuesto aprobado para el año 2022 por el Congreso de la República no muestra proyectos ni programas distintos para sacar adelante a las nuevas generaciones. No hay sentido de urgencia en la transformación de la inversión del recurso humano en el país. El presupuesto va más inclinado a ser asistencialista que enfocado en el desarrollo. Quedó clara la alianza entre el Ejecutivo y la mayoría de las bancadas del Legislativo en la aprobación del presupuesto que tiene una gran carga en la masa salarial, escasa inversión y muy poca innovación.
Por otro lado, el sindicato del Ministerio de Educación sigue en busca de un nuevo pacto colectivo que implicará más recursos en salarios y privilegios, pero nada para el aprendizaje de los alumnos. Si no se cambia el sistema de gestión del país y administración del magisterio, difícilmente los resultados de la calidad y cobertura de educación van a cambiar. Aún se discute el retorno de los alumnos a las aulas, no se ha avanzado en mejoras en infraestructura de las escuelas públicas con deficiencias, se desconoce las evaluaciones de lo que esta pandemia ha significado para los menores de edad en temas de aprendizaje y las estrategias para al menos ponerse al día.
Es importante que el próximo año se inicie un cambio en la educación y la salud. Crucial evaluar todos los programas del Ministerio de Desarrollo y desechar los que no tienen rédito para el país. Debemos transformar nuestros sistemas de salud y educación e invertir los recursos de forma focalizada. Toca invertir en el futuro. El país se endeuda para pagar salarios y programas que no tienen sentido para los guatemaltecos. Es momento de demandar una estrategia de desarrollo social especialmente para los más pobres. ¿Cómo enfocar el presupuesto hacia los niños y jóvenes? ¿Qué debe suceder para transformar los sistemas de salud y educación del país? ¿Cómo cambiar la gestión pública?