Opinión

"El médico imaginario y el enfermo a palos"

"El “doctor Santos” sigue repasando el programa radial que oyó por la mañana. Le cuesta creer que hayan autorizado suavizar la ley seca y ampliar el horario para vender licor."

El médico llega al hospital para cumplir con su turno. Se llama Miguel López Santos. Suelen decirle “doctor Santos”, tal vez por asociación con esa capacidad de hacer milagros que, mágicamente, suelen atribuirle a algunos galenos. Es joven y aún le queda entusiasmo en la vida. Eso le ha ayudado durante la pandemia, porque varios de sus colegas llegaron a plantearse hasta dejar la profesión. Han sido meses de montaña rusa; los más vertiginosos de su todavía corto periplo profesional. Esta noche es notoria la saturación en la emergencia. Aunque el área de Covid-19 vive días serenos, se intuye que la temporada de pocos contagios no durará mucho. Eso causa que el agotamiento prevalezca. El “descanso” no ha sido suficiente. El “doctor Santos” lo sabe porque pasó por ahí. Y fue muy duro lo que vio. Ahora atiende casos del diario vivir. Sus jornadas se van entre cuadros que salen de accidentes de tránsito, hechos violentos o enfermedades comunes. Esta mañana, mientras conducía en medio de un tráfico inclemente, oyó por la radio una entrevista con el director del hospital donde labora. En la charla con los periodistas, su jefe relataba las carencias que se enfrentan en el centro asistencial. La escasez de medicamentos. Las trabas burocráticas. Las angustias por endeudarse con los proveedores, bajo amenaza de que la contraloría presente reparos en su informe y después vengan las demandas.

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Él conoce esa realidad de precariedades normalizadas. Sabe lo que significa suturar heridas con el hilo justo para completar la faena y ha vivido el drama de que a veces ni siquiera alcance. En su memoria pesan, cual plomo, los momentos de mayor incidencia de Covid, en los que la desesperación por no darse abasto era, incluso, más temible que la propia enfermedad. Miguel tiene una novia que sigue las noticias con sumo interés. Por ella se enteró del reciente caso de corrupción, cuyo teatro de operaciones es el Insivumeh. Le cuesta creer que, hasta en la entidad que se ocupa de dar los reportes del clima, las manos de la mafia hayan maniobrado con semejante descaro. Al escuchar en la radio los detalles de cómo supuestamente se concretó el saqueo, lo primero que piensa es en aquellos pacientes a los que hubo que atender con lo mínimo, mientras un grupo de truhanes se despachaba a lo grande con sobrevaloraciones y plazas fantasma.

“Compraron un radar para combatir la pandemia”. Esa frase del analista que comenta el caso le duele en la parte más sensible de la conciencia. Y entonces se acuerda de sus colegas que se han fajado durante 20 meses, en unas circunstancias que ni en la peor de sus pesadillas hubiese podido imaginar. Se le vienen a la mente los amigos que perdió cuando se contagiaron antes de poder vacunarse. Es rabia lo que lo inunda. Rabia e indignación. No se explica cómo el ministerio pudo adquirir, tan a lo loco, esa cantidad millonaria de vacunas en Rusia sin siquiera cerciorarse de que le cumplieran. Su novia piensa que, en ese mal negocio, hasta el cálculo geopolítico falló. ¿O habrá sido a propósito para hacer otras tropelías? Eso lo ha sospechado él en sus horas de insomnio. Y teme, no sin razón, que nos toque quedarnos con incontables dosis sin utilizar, porque, aunque sea un fármaco eficaz, la gente lo rechace por no ser aceptado como bueno para entrar a Estados Unidos.

El “doctor Santos” sigue repasando el programa radial que oyó por la mañana. Le cuesta creer que hayan autorizado suavizar la ley seca y ampliar el horario para vender licor. Él intuye a ciencia cierta lo que eso traerá consigo. Y a su mente se asoman los 82 heridos de la noche previa, producto de accidentes de tránsito y hechos violentos, más los que llegaron buscando asistencia por padecer enfermedades comunes. Miguel piensa que la sociedad en la que vive sufre de una maldad patológica. Que algo en el corazón de quienes llevan las riendas del país está perjudicado con mezquindades por las que se llora mucha sangre. En este momento, cuando se apresta a empezar su turno, se sume en una acongojada impotencia cuando ve la saturación de la sala de urgencias del hospital. Siendo apenas noviembre, no quiere vislumbrar lo que vendrá cuando los convivios abunden y la plata corra a mediados de diciembre luego del aguinaldo. Sobre todo ahora que se debilitó la ley seca y habrá dos horas más para poder vender licor. Dos horas más para la fiesta y el relajamiento. Frente a eso, al “doctor Santos” se inquieta y dice para sus adentros que de verdad le gustaría ser capaz de hacer milagros.

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