Estoy viviendo una época en la que, gracias a las experiencias y aprendizajes que he tenido, podría decir, que desde 1993 cuando mi hijo Giancarlo regresó a la Casa Celestial, se han hecho más presentes en este 2021 las inquietudes de personas sobre la muerte, sobre la sensibilidad de la vida.
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Para los que todavía no lo saben, un día de diciembre de 1993, mi hijo de año y 11 meses estaba sobre una silla de rodos enfrente de mí y de mi hermana y, al perder el equilibrio, cayó al suelo y se golpeó la sien contra el suelo. En un segundo me cambió la vida para siempre. Luego de un proceso de chequeos, finalmente le determinaron muerte cerebral, y por ese estado de su cerebro, pude dar el sí a la donación de órganos. Su historia, a nivel terrenal, estaba a punto de terminar.
Sé que nacemos y que lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte. Principio y fin, aunque son antónimos, es la actividad que siempre tendremos cada uno al nacer. Cómo transmitir, no en teoría sino con el sentimiento que corresponde al alma de lo que, como alma, pactamos antes de nacer físicamente, y que nuestro inconsciente acompañado de nuestro cuerpo físico, va cumpliendo, aprendiendo el propósito de su existir y preparándose para esa graduación de vida única para cada alma en su momento perfecto, ni antes ni después.
He aprendido que graduarse de la vida es el momento único y extraordinario para el alma que parte, cuando deja su cuerpo. Nada fácil para todos los seres queridos que nos quedamos y de quienes nos toca despedirnos con muchas lágrimas y aflicción, con dolor y tristeza en el corazón; y muchas veces sin comprender por qué le tocó irse, y le agrego, irse muchas veces de una manera o en un momento en que, según uno, no le tocaba por joven, por todo un futuro por delante, por tantas incógnitas que no se comprenden ni aceptan a veces como humanos que somos. Puede ser bebé, niño, adolescente, adulto, mayor, persona con discapacidad, con alguna enfermedad o simplemente cuando ya no tiene la oportunidad de un nuevo amanecer; la separación física es, la mayoría de las veces, muy sensible y, dependiendo de la forma como el cuerpo termina su vida, todavía es mucho más sensible la aceptación de su partida.
Aceptar la partida de alguien no es fácil, pero todo cambia de repente cuando se conoce un poco más del viaje del alma. Reconozco que cada quien deja un legado entero como alma, la que parte y también de los que nos quedamos, creando desde que nacemos nuestra propia huella y aprendiendo de la de los demás, si así lo elegimos.
La muerte es tan irónica, tan sensible como la vida, tan de un hilo, como decimos, pues en menos de un segundo puede terminar con ese montón de ilusiones que teníamos para el futuro; ¿y los que nos quedamos? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Podemos llegar a procesar las cinco etapas del duelo, según Elisabeth Kübler Ross (negación, cólera, negociación, depresión y finalmente la aceptación) para aprender a aceptar la pérdida de un ser querido? A nivel terrenal existen el tiempo y el espacio, cosa que, a la dimensión donde el alma se va, no existen. Por eso, sea un bebé, un adulto o alguien mayor, los sentimientos son los mismos, lo que sí cambia es la cantidad de recuerdos que nos dejan, los apegos y las expectativas que ya no se cumplirán, y ello provoca que veamos más largo el tiempo para llegar a la aceptación de las etapas del duelo sano que es importante sentir y vivir.
Seamos alumnos constantes de la vida, conscientes de vivir el presente, congruentes con lo que pensamos, decimos, sentimos y hacemos, la vida no nos quita, nos da la oportunidad de aprender y crecer con paciencia, por eso siempre digo que no hay tragedias sino oportunidades de crecimiento, acompañadas de fe, en esta vida tan sensible en todo sentido.