La desinformación nunca es inocente. Siempre sirve intereses oscuros. Se vale de los prejuicios. Es mucho más rápida que la verdad. Y envenena todo. En su modus operandi, las más absurdas y tontas teorías de conspiración se vuelven hechos incuestionables. Así de grave es. Y para mucha gente resulta un negocio rentable.
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Hay abundante bajeza en sus ejecutorias. Durante esta pandemia, por ejemplo, la ciencia ha sido puesta en duda y hasta desafiada por líderes políticos con inmenso poder y arrogancia extrema. Trump y Bolsonaro, los que primero se me vienen a la mente. Aunque no hayan sido los únicos. En este contexto de posverdad, quienes logran convencer a los “incautos” de una falsedad maledicente pueden conducirlos a cometer atrocidades.
Eso estuvo a punto de ocurrir, si es que no sucedió realmente, en la comunidad de Maguilá, municipio de Fray Bartolomé de las Casas, en Alta Verapaz. Me indigna y me parte el alma recordar las palabras de una delegada de Salud que habló ayer por la radio y dijo que cuando los vieron llegar con mascarillas, les preguntaron hostilmente “¿qué es lo que apesta aquí?” y se les arrancaron de manera ultrajante para pisotearlas con saña. Eso pasó luego de que centenares de pobladores les somataran los vidrios del automóvil y les lanzaran piedras. Entre los agresores había menores de edad y mujeres embarazadas. El cuadro pinta a una obra maestra del “fake news” o del emponzoñamiento colectivo. Solo imaginármelo me causa asco.
El estrés postraumático que sufren los delegados de la brigada de vacunación debe ser pavoroso. Lo más dramático es que ni siquiera iban a ese lugar. Solo tenían que pasar por allí, porque se dirigían a otro poblado. La lista de delitos cometidos por los comunitarios es larga. Por suerte, no figura el asesinato entre ellos. Pero estuvieron a punto de. O por lo menos amenazaron con hacerlo. Y ojo: Según los relatos de quienes vivieron esa pesadilla, había varios líderes presentes. Si tuviéramos un país medianamente serio en materia de justicia, ya habría capturados en Fray Bartolomé de las Casas. Y aunque no es excusable el comportamiento de quienes perpetraron ese vejamen, los que merecen todo el peso de la ley son los instigadores de esto. Esos “portavoces de la perversidad” son criminales en potencia, o tal vez, en realidad, criminales a secas, con la solitaria fortuna de que el control no se perdiera por completo, como para que el linchamiento se concretara.
No puede argumentarse que lo apartado de la comunidad sea la clave para aprovecharse de la “ignorancia” de sus pobladores. En Estados Unidos, por citar un caso, hay millones de personas que, teniendo la vacuna a la vuelta de la esquina, si es que no más cerca, aún siguen sin administrársela, pese a que el 95 por ciento de las hospitalizaciones graves por Covid-19 se originen en los no inmunizados. A lo que se suma que el 6 de enero de este año, hordas de republicanos decidieran creer el bulo de que en las elecciones había fraude y terminaran invadiendo el Capitolio, lo cual dejó la cauda trágica de cinco vidas perdidas.
La gente es libre de creer cualquier tontería conspirativa. Y hago hincapié en la palabra utilizada: Escribí “tontería”, no “teoría”. Pero en el momento en que por sus “inexplicables convicciones” agrede a otros, se convierte en delincuente. Aquellos que por religión, simpatía política o tozudez no quieren vacunarse, son en estos tiempos un peligro contra la salud pública del planeta. Insisto: La desinformación nunca es inocente. Y mata. Lo cual no inhibe a muchos a transformarla en un jugoso negocio.
Toda mi solidaridad para los integrantes de la brigada de vacunación agredidos en Maguilá. Espero que el Ministerio Público no vuelva retórica legalista este indignante atropello, porque de enredados boletines de prensa ya tuvimos suficiente.