En una reciente entrevista en el diario “El País”, la escritora Elena Poniatowska menciona entre los valores esenciales de México, “la posibilidad de aceptar que no habrá esperanza”.
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No hace falta decir que la frase encaja perfectamente con Guatemala. Son muchos años de no encontrarnos con la luz. Nuestro presente sugiere días negros, cada vez más parecidos a los que se viven en Nicaragua. Después de ver la entrevista del presidente Giammattei en “CNN”, me quedó claro algo: Ni siquiera cuando el periodista se porta benévolo y evita ser punzante en sus preguntas el mandatario logra quedar bien. Me parece que, además, no le importa. Lo esencial era pasar el mensaje de que “algo viene en el caso Odebrecht”. Lo mismo que replican las cuentas más despreciables en Twitter. Lo mismo que, sin duda, dirá el Ministerio Público de Consuelo Porras.
Lo que tenga que salir, que salga. Pero que eso que salga no sea producto de un montaje. Que responda a pruebas contundentes. Que no sea un burdo y vulgar distractor.
Guatemala gesta, con un malévolo esmero, un “choque sangriento” que no logrará sino más tragedia. Tomo ahora una frase del último libro de Paco Pérez de Antón: “Todo conflicto violento suele resultar de la incapacidad o el fracaso de la política para lograr acuerdos”. Nuestro caso es patético en tal sentido. Aquí los políticos no andan en busca de alcanzar acuerdo alguno. Si en dado caso lo intentan, solo es para sintonizar el saqueo a la medida de sus intereses. Lo cual es fiesta para unos pocos, mientras dura. Y una pesadilla interminable para millones. Después, cuando los años de asalto terminan para el grupo de turno, el “nuevo” que llega lo que sueña es aliarse con los mismos y robarse la tajada que el poder le permita. El poder y la indiferencia de la gente.
¿Qué es eso de vivir, permanentemente, casi convencidos de que no habrá cómo salir de este atolladero? En dos platos es un conformismo hepático; ese que, aunque deteste el actuar de quienes gobiernan, no pasa de criticarlos durante la cena o de hacer mofa de ellos en las redes sociales. Es la pésima costumbre de malvivir el hoy sin creer en el mañana.
El sistema está perfectamente diseñado para que nada cambie. “Lo viejo conocido” es la fórmula supuestamente infalible. Y esa fórmula es la que terminará llevándonos a un sistema incluso más detestable que este. A la Venezuela que tanto han temido o añorado los dos extremos de este espectro, no político, sino cínico.
Los migrantes son la antítesis de ese modo de pensar. Son ellos los que, al asumir que no hay camino aquí, hacen camino hacia el Norte para hacerse de un camino. Imagínense que el coraje con el que desafían los peligros de esa tenebrosa ruta se invirtieran en acciones de protesta. Quién sabe cuántos presidentes habrían sido ya defenestrados por multitudes dispuestas a todo, porque ya no les queda nada qué perder. Y hacia eso nos llevan los políticos actuales y sus cómplices. Sin que tampoco les importe. Muchos de ellos porque, igual, ya no tienen cómo regresar. Sus opciones también son limitadas. O siguen destruyendo la institucionalidad y manteniendo el Estado en “modo mafia”, o terminan en la cárcel. Ya ni siquiera se cuidan de ser discretos. Hasta anuncian las tropelías que cometen o las que piensan cometer. Son los clásicos “sinvergüenzas”.
Queda ver lo que Estados Unidos esté dispuesto a hacer al respecto. Algo sugiere el jefe de la diplomacia de ese país, Antony Blinken, en el tuit con el que da la bienvenida al exembajador Todd Robinson a su nuevo puesto en la Sección de Asuntos Antinarcóticos y Aplicación de la Ley. “Seguramente continuará con la misión (…) de mantener a los estadounidenses a salvo del crimen, las drogas ilegales y la inestabilidad en el extranjero”. Con un vecindario que anuncia polvorines, el Imperio no podrá dormir tranquilo. Y no podrá, porque la antítesis de vivir eternamente con “la posibilidad de aceptar que no habrá esperanza” son los migrantes. Esos que a diario salen hacia allá, con coyote o sin él, o bien en caravanas multitudinarias con otros en condiciones similares. Los que, al asumir que no hay camino aquí, hacen camino hacia el Norte para hacerse de un camino.
No se puede vivir sin esperanza. Vivir sin esperanza es no vivir.