Esta semana se desarrolló una discusión sobre si el bicentenario de la independencia de la corona española se debía celebrar. Unas posturas críticas enfatizaban en la necesidad de que no hay nada que celebrar y otras decían lo contrario.
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No quiero desgastarme en argumentar a favor de porque, desde mi perspectiva, hay pocas cosas por las que tenemos que celebrar, pero sí muchas sobre las que tenemos que pensar, trabajar y transformar.
El bicentenario puede ser una oportunidad para repensar nuestro país. Ahí es donde me siento más cerca de las posiciones críticas que buscan promover un espacio de reflexión y, más que la celebración, esfuerzos para construir una Guatemala distinta a la que tenemos, porque yo no me siento satisfecho con lo que hasta el momento hemos logrado como sociedad.
La idea es aprovechar esta conmemoración para ir un poco más allá y apostarle a realizar un balance sobre lo que hemos logrado construir a lo largo de estos 200 años. Una especie de autoevaluación. No le tengamos miedo a ser críticos, honestos y soñadores.
Vernos al espejo y tener la capacidad de encontrar respuestas a las preguntas como: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿En qué hemos fallado? ¿Por qué no hemos logrado construir un país justo, democrático, con oportunidades y desarrollo?
Hoy tenemos una valiosa oportunidad para sentarnos a pensar en el rumbo que está tomando el país. No podemos quedarnos resignados simplemente a celebrar con banderas y consignas. Mucho menos a tomar la actitud de que aquí todo está bien y que vamos por buen camino, como lo trata de plantear el gobierno y otros actores que no quieren ver la realidad, mucho menos enfrentarla para transformarla.
Es triste ver que el gobierno, de una manera insensible frente a la situación que estamos viviendo con la pandemia e ignorando el dolor, la enfermedad y la muerte que muchas familias guatemaltecas están enfrentando en estos días, de manera injustificable decidió despilfarrar millones de quetzales en eventos y monumentos.
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No me asombra ni podía esperar algo distinto de un gobierno irresponsable e indolente al que no le interesa lo que nos está pasando y solo piensa en los negocios y el dinero que puede saquear del erario.
A pesar de todas las adversidades, el bicentenario es una valiosa oportunidad para soñar y empezar a construir una Guatemala sin desnutrición crónica, sin pobreza, con oportunidades, trabajo y desarrollo humano integral. Nada que celebrar si nuestro principal producto de exportación son los emigrantes que salen de nuestras fronteras buscando el futuro que este país les está negando.
Que el bicentenario no se quede en una excusa para organizar actos conmemorativos y entonar el himno nacional. Que no solo nos enorgullezcamos de los paisajes, la comida, las costumbres y las tradiciones, sino que también lleguemos a sentirnos orgullosos de una Guatemala en la que se puede vivir dignamente y en la que todos tenemos las mismas oportunidades. Pasar de bonitos paisajes a ser un país. Ese es el desafío en el que tenemos que trabajar.
Por ello, el bicentenario es una ventana de oportunidad para soñar, pensar y construir una Guatemala democrática, con un modelo económico incluyente, humano y con oportunidades para todos. ¿Qué país queremos cuando se celebren los 250 o 300 años de independencia? ¿Qué opina usted?