El sentido de urgencia está atrofiado en Guatemala. Especialmente el que se relaciona con proteger la vida. De eso dan fe, entre muchos temas: la desnutrición crónica infantil, las pésimas carreteras, el irrespeto al medio ambiente, la falta de certeza jurídica y el precario sistema de salud. Aquí, infinidad de gente muere, incluso sin morir, por carencias de ese tipo. Pero si de aplazar lo urgente se trata, es la pandemia la que en estos tiempos se “lleva las palmas”. En lo malo, claro. En lo cruel. En lo inhumano. Y ahí hablo de lentitud y de indolencia. Incluso de cinismo. Y también de procrastinación premeditada.
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A esta hora que escribo, el Ejecutivo aún no se pronuncia en cuanto a cómo intentará contener la ola de contagios que ya llevó al colapso a la red hospitalaria. La propuesta la tiene hace varios días. Y cada minuto cuenta; cada segundo. Sin embargo, pareciera que no lo entienden. O que se hacen los que no lo entienden. ¿Creerán, acaso, que el coronavirus se irá por arte de magia? ¿Llegarán al colmo de calcular, con una infame ceguera, que un maremágnum de casos y de decesos servirá para desviar la atención de las tropelías que cometen?
En el Congreso no hay sesión maratónica para aprobar la ley temporal que facilite la compra de medicamentos destinados a atender a pacientes con Covid-19. Y el viceministro Francisco Coma dijo ayer que, en estas condiciones en que los insumos previstos para un mes se van en tres días, “no aguantan ni una semana”. ¿Cómo van a explicar las autoridades que la gente se muera en las calles, camino a un centro asistencial que no los recibirá por déficit de espacio y escasez de medicinas? Eso ya es una realidad en el Parque de la Industria. Y lo será pronto en otros sanatorios, tanto privados como públicos.
Es perfectamente entendible que preocupe la economía. Pero tampoco en eso veo seriedad a la hora de enfrentar lo inevitable. Así como abundan los negacionistas de la pandemia que se oponen a la vacuna con argumentos absurdos, no faltan los negacionistas de la necesidad de medidas restrictivas, que hasta se dan el tupé de inventarse datos que la ciencia no respalda. Nadie quiere toque de queda. Es latoso verse como preso durante varias horas. No es agradable sentirse coartado en la libertad individual. Pero si cerrar parte del país es la única solución para aplanar la curva de contagios, mientras más tarde se haga, peor será. Y los efectos en el bolsillo de los verdaderamente vulnerables saldrá afectado de manera trágica.
Cuando los funcionarios tienen interés personal en algo, son diligentes y hasta descarados para actuar. Eso ha sido muy obvio, sobre todo en materia de corrupción. Asimismo, resulta demasiado evidente cuando la intención, por esos mismos intereses, es demorar con dolo algún proceso. La renovación de las Cortes ya lleva 20 meses de retraso. No se ve por ningún lado voluntad política para modernizar la legislación en innumerables áreas en las que, lo vetusto de las leyes, se presta para el saqueo. En el Ejecutivo se tardan siglos para suspender las actividades del Bicentenario, pero nadie da cuenta de lo que ya se gastó. Y si de verdad se fueron millones en gorras y pines conmemorativos, el asunto llora sangre.
A eso se suma el caos que raya en ingobernabilidad en las emergencias de los hospitales. Se sabe que pacientes inconformes, porque no se les atiende con prontitud, insultan y hasta amenazan a los médicos. Y no se les atiende con prontitud, no por negligencia o desinterés, sino por penuria de recursos. Porque no hay suficientes manos. Ni camas. Ni medicinas.
Manejar la pandemia ha puesto en dificultades a incontables jefes de Estado. Se comprende que no es fácil la tarea. Aquí nos permitimos llegar al colapso sin tomar decisiones a tiempo. Y también nos permitimos el naufragio de la red hospitalaria, pese a que la tormenta se anunció con anticipación. Insisto: En Guatemala, el sentido de urgencia lo tenemos atrofiado. Especialmente en los temas relacionados con proteger la vida. Hablo de lentitud y de indolencia. Incluso de cinismo. El pecado, si se le debe poner nombre, se llama procrastinación premeditada.