Murió Charlie Watts, el baterista de los Rolling Stones. Acababa de cumplir 80 años. Antes de música, oyó las bombas nazis sobre Londres. Él era un bebé durante la Segunda Guerra Mundial. Seguramente, sus padres pensaron alguna vez que esa pesadilla nunca iba a terminar. En aquel entonces, el liderazgo y la determinación de Winston Churchill fueron clave para que el espíritu de los ingleses no se quebrara. Incluso cuando todo parecía perdido. Ahora lo sabemos: Tras enorme sufrimiento y millones de muertes, los Aliados derrotaron a Hitler. Y así, el mundo volvió a ser un sitio en el que cabía la esperanza. Muchos rechazan la idea de comparar la pandemia con una conflagración armada. Tal vez tengan razón. Pero hay aspectos en que sí son comparables. Por ejemplo, en que ambas sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos. Ambas desquician. Y ambas destruyen la normalidad de las acciones cotidianas.
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Charlie Watts era un tipo callado y sobrio que sabía ocupar su sitio en medio de los grandes reflectores. Daba la impresión de que no se notaba, aunque jamás pasara inadvertido. Nunca pretendió ser la estrella de los Stones. Y no lo era. Sin embargo, la ovación más cariñosa siempre se la llevaba él. Contrario a su caso, hay vacíos en nuestra dirigencia política que se evidencian a lo feo por su indolencia insensible. Y hay otros que acaparan la aparatosa atención, por esos bochornos que quisieran ocultar. En esta crisis de contagios y de muertes no tenemos presidente. Si sabemos de él es solo por publicaciones internacionales que lo señalan de hacer negocios dudosos. Pero no lo vemos ni diligente ni preocupado por el colapso en los centros asistenciales del Estado. Aplaudo la actitud del personal médico del hospital de El Progreso que le exige al jefe del Ejecutivo tomar medidas “duras, concretas y certeras” para frenar los contagios o, de lo contrario, que se sume al personal de primera línea en la atención de los pacientes de Covid-19, que se multiplican con un alarmante promedio de cinco mil al día. El colmo del cinismo es que el mandatario se atribuya como un éxito diplomático de su gestión las donaciones de vacunas que, por cierto, han salvado al país de una debacle. Por otro lado, es imposible no mencionar el triste protagonismo de quien preside el Congreso, que en sus burdos y fallidos intentos por aprobar un estado de Calamidad solo reflejó la calamidad del Estado de este país nuestro, tan huérfano de dirigentes dispuestos a dar la altura para el episodio como el que vivimos. La elegancia no es el fuerte de estos funcionarios. Todo lo contrario de Charlie Watts que, con esa gentil discreción que solo los grandes alcanzan, hacía su trabajo con la “firmeza de una roca”, tal y como lo describió Paul McCartney al hablar de su manera efectiva de tocar la batería.
No debe sorprender a nadie el caos en que nos encontramos y el abismo que nos aguarda. Los egos descontrolados que claman por un aplauso que no merecen suelen causarle daños inconmensurables al prójimo. Está muy claro que al gobierno la pandemia se le fue de las manos. El presidente estaba muy ocupado en otros asuntos como para encarar este reto que, al principio de su mandato, hasta lo hizo ver como un estadista. Vaya espejismo. Vaya oportunidad perdida de pasar a la historia como un excepcional. Exactamente lo opuesto de lo que sucede con Charlie Watts. El hombre que tocaba la batería con los Rolling Stones es recordado con respeto y cariño, tanto por colegas como por admiradores. Es apabullante la reputación que cimentó, calladamente, por medio de la voz de sus tambores. Y eso se lo ganó con su lealtad a una labor que lo volvió enorme desde la sencillez más auténtica.
No quiero imaginarme cómo se escribirá en el futuro de quienes hoy, en vez de sentir empatía por la pena, se solazan en la simpatía por la pepena. Molesta y enfurece que tanta gente tenga que pagar hasta con su vida semejante mediocridad, mezclada con una soberbia tan inclemente. Me pregunto si podrán dormir por las noches o si en algún momento de sus insulsas jornadas tomarán conciencia de lo nefasto de su administración. He ahí la principal diferencia entre ellos y Charlie Watts: Mientras el músico descansa en paz, ellos no sabrán nunca lo que la paz descansa. Las guerras y las pandemias, por diferentes que sean, son similares en algo: Sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos.