Me encanta cuando se me viene a la cabeza una idea y puedo plasmarla, como en este caso, desarrollar la frase que digo desde que tengo uso de razón: “Siempre hay que dejar la bandera en alto”.
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Cuando pienso en una bandera, se me vienen a la mente varios recuerdos: los actos cívicos del colegio, el mensaje de respeto de que la bandera nunca debe de tocar el suelo, la emoción cuando un atleta gana y al darle la medalla tocan el himno e izan la bandera del país o en algunos hoteles, donde hay suficiente espacio, izan bandera del país del huésped, en fin, la bandera está por todos lados y, con mucho orgullo para mí, al menos, cuando veo la de mi bello país Guatemala, en cualquier lugar que visite, al verla en lo alto moviéndose con el viento me emociona.
Es aquí, entonces, cuando desde pequeña decía en los lugares a donde iba o a personas con las que compartía que siempre hay que dejar la bandera en alto y esto, ¿por qué? Muy simple, si yo comparto con alguien que no conozco y me porto pesada y hago alguna malacrianza, en cierta forma, esa persona se quedará con ese recuerdo mío; pero también, si es todo lo contrario, el recuerdo que guardará será diferente. Sentiré y sabré que dejé mi nombre en alto. ¿Qué pasa cuando soy altanera, gritona, abusiva o malcriada? ¿Qué recuerdo puedo dejar en las diferentes experiencias donde demuestre eso? O qué pasa cuando un invitado llega a una casa a dar órdenes con altanería, ¿qué sentimiento dejará en esa casa? ¿Dejó su nombre en alto?
A esto me refiero con siempre dejar la bandera en alto, porque con las vueltas que da el mundo y que, generalmente, no sabemos por dónde nos regresará el universo con una lección, pero mientras eso llega, es mejor siempre actuar con educación, con principios y valores bien aprendidos y simplemente ser siempre coherente con uno mismo, con lo que pienso, digo, siento y hago. Nunca hay que minimizar a alguien por lo que tiene o por lo que es, pues no sabemos cuándo podremos necesitarle y que nos tienda su apoyo o viceversa. Y como dicen: “De esa agua no beberé”, puede ser que el día de mañana, sin saber las vueltas que da la vida, te dé mucha sed y necesites de alguien a quien sí o no se le tendió la mano.
Hace unos días tuve que hacer un trámite y, cuál fue mi sorpresa, cuando le pregunté su nombre a la persona con la que hablaba, al oír su apellido le dije: ¿Usted conoce a tal persona? Y típico, por supuesto que eran parientes y allí salió todo el pedigrí y nos recordamos de momentos donde yo había sido parte de la historia de esa familia. Eso ayudó a tener una mejor y más rápida respuesta de lo que iba a hacer. ¡Imagínese que los recuerdos sobre mi persona hubieran sido negativos! Creo que el comportamiento hacia mí hubiera sido diferente. Cuando regresé a la casa y le conté a mi hijo, le dije: “Viste, qué importante es siempre dejar la bandera en alto”, y le conté la historia.
Tengo en mente, a lo largo de mi vida, tantas experiencias en donde me ha tocado, después de mucho tiempo, reencontrar a alguien que conocí años atrás; compañeras del colegio, de la universidad, de mi vida profesional… Y, por la forma en que soy tratada, tengo la satisfacción de decir que siempre he dejado la bandera en alto, porque he actuado de manera coherente y he sido yo misma, lo cual me hace sentir muy orgullosa de mí y estar segura de que estoy siendo ejemplo para que mi hijo sepa lo importante que es siempre actuar bien, que tenga claro que mi nombre es mi marca y lo trascendental que es el valor de mi palabra.