Me inquieta el caos que se percibe alrededor de la vacunación. Es un caos real. Pero incluso siendo un enorme problema que carece de solución hasta que se disponga de suficientes dosis, podría ser menos angustioso. Me baso en detalles que son obvios. ¿Por qué permiten que haya gente haciendo cola durante cuatro horas, para que cuando está a punto de llegar a donde administran la tan añorada inyección, le digan que “ya no hay”? Eso podría y tendría que evitarse. Si se dispone de mil unidades en un centro, lo lógico sería contar cuántos humanos hay en la fila y ser claros con los que no podrán ser inmunizados, sencillamente porque no alcanza la dotación disponible. Asimismo, no es un secreto que quienes ya recibieron su primera dosis temen que no haya existencias para la segunda. Y ese temor es comprensible, dado el repetitivo incumplimiento de nuestros proveedores. Por ello, no es aconsejable permitir que la duda crezca. Es impostergable, por no decir urgente, que el Ministerio de Salud emita un contundente comunicado, con pelos y señales, que explique cómo están calculando “las matemáticas de la vacuna”. Es decir: Que sepamos, sin margen de duda, en qué se basan para afirmar que garantizan el esquema completo de inmunización para quienes van a la mitad de ese camino.
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Cuesta entender, asimismo, el criterio que usan para abrir las fases. Se quejan de que llega gente a vacunarse sin haber recibido su notificación, pero no reparan en que hay un pecado original en eso. El desbarajuste tuvo su origen en Semana Santa cuando empezó a circular el rumor de que estaban vacunando a los adultos mayores sin necesidad de cita e incluso sin la exigencia de un registro previo. ¿Qué sucedió? Lo esperado: La población de 70 años o más abarrotó los pocos centros de vacunación y se la jugó. Después de varias horas, unos se fueron contentos y otros con desencanto. Ahora, al abrir la fase para los de 50 en adelante ocurre lo mismo: En una fila se mezclan los que se registraron y tienen cita, los que solo se registraron y los que van a registrarse allí. Resultado: Embotellamientos de tránsito y gente inconforme. En carro o a pie. Bajo el sol o bajo la lluvia. De buenas o de malas. Los que se animan a ir saben que, sin cita, igual los vacunarán si la suerte los acompaña. Entonces, pedir que haya el mínimo orden es imposible. A eso se suman las inoportunas declaraciones del presidente. Aunque haya un porcentaje de guatemaltecos que rechace la idea de vacunarse, es evidente que la mayoría sí espera inmunizarse lo antes que se pueda. No hay necesidad de picar el hormiguero afirmando que “no es su chance” llevar a la gente a inmunizarse. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, dice el poema de Neruda. Si sus palabras no van a contribuir a calmar las aguas, el mandatario debería guardar silencio. Y también debería definir un vocero para que se ocupe de este tema. Un experto en comunicación. Alguien que inspire confianza. Esa que tanto falta. Esa que efímeramente tuvo y que perdió estrepitosamente.
No es alentador oír a la ministra Amelia Flores decir que los rusos ya le ofrecieron devolverle el dinero, debido a la inconformidad mostrada por Guatemala frente a su innegable incumplimiento. No puede culpársele a ella de que los fabricantes de la Sputnik V sean unos absolutos irresponsables. Lo que pesa sobre su imagen, y especialmente sobre la de su equipo jurídico, es haber firmado algo que, casi sin duda, nos puso a total merced del proveedor. Y eso crea una terrible incertidumbre que va en aumento. Me llamaron la atención las declaraciones del doctor Edwin Asturias, exdirector de la Coprecovid, cuando dijo que hubo “muchas manos” metidas en ese contrato. En su opinión, solo la cartera de Salud debió ser la que se ocupara del asunto. Detrás de esas palabras puede haber mucho. Y no descarto que en el entrelíneas de la frase radique la clave de esta preocupante situación.
“Percepción es realidad” es un aforismo duro y hasta cruel cuando lo que impera en el entorno es la desinformación. Colijo de ello que, en tiempos del WhatsApp, la realidad puede ser “esa” que se acomoda a determinados intereses, por lo regular, siniestros. Nunca es buena idea contribuir desde las fuentes oficiales con la confusión generalizada. A la cartera de Salud le urge organizarse para administrar mejor esta lamentable precariedad en cuanto a disponibilidad de vacunas. Pero le urge, incluso más, comunicar de manera efectiva la estrategia que está siguiendo. He aquí un ejemplo: Adelantar fases sin contar con las dosis suficientes para satisfacer la demanda puede salirles muy caro en materia de credibilidad. Están todavía a tiempo de lanzar mensajes que les eviten desgastes innecesarios. Aunque, siendo franco, sin vacunas no creo que haya poder humano que detenga la debacle.