Opinión

"Estruendoso silencio en el TSE"

“Es oportuno no olvidar que la democracia de Guatemala, esa que costó tantas vidas y que sigue siendo frágil por las arbitrariedades del poder mafioso, está en manos de esos que al guardar silencio se vuelven parte de algo muy parecido a una red de impunidad. Normalizar esto es terrible desde donde se vea. Me faltan los pronunciamientos de diferentes entidades de la sociedad exigiendo que el TSE rinda cuentas de esto. No percibo rechazo desde los partidos políticos. Muy calladito el Congreso en este tema. Sus integrantes más malévolos seguramente están ocupados en otros menesteres. Eso se nota”.

Es cuestión de manejo. También de ética. Incluso de sentido común. No es aceptable que el magistrado Ranulfo Rafael Rojas haya tomado posesión como presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE) en medio de un señalamiento tan serio como el que pesa sobre él. Una nota de la periodista Cindy Espina, publicada el pasado domingo en “El Periódico”, presenta suficientes pruebas de que Rojas incluyó en su expediente de postulación un grado académico que no completó. Tan grave como eso. Tanto así, que las máximas autoridades de la Universidad Da Vinci ya tomaron cartas en el asunto y separaron de su Consejo Directivo al que fungía como decano de Derecho cuando se extendieron unos certificados que, según declaran, no constan en los registros de dicha casa de estudios.

El Ministerio Público abrió una investigación de oficio al respecto. Hasta que no se demuestre lo contrario, quien hoy preside el TSE llegó al puesto de manera fraudulenta. Y no solo él. También el magistrado suplente Marco Antonio Cornejo. Es decir, el escándalo no es menor. Sin embargo, el silencio institucional es estridente. Un silencio que se oye. Y que se oye muy mal. Que el licenciado Rojas afirme que “cursó el doctorado” no contesta a la pregunta de si cumplió o no con todos los créditos necesarios para graduarse. Y la manera en que se levantó de la conferencia de prensa en que le cuestionaban tal cosa, lo que genera son más sospechas de que no dispone de los argumentos ni de la documentación para probar que, además de cursar el doctorado, también lo cerró.

Es sumamente lamentable que el resto de magistrados haya ignorado tanta evidencia. Su actitud de “aquí no pasa nada” resulta ser, por lo que se sabe hasta ahora, una absoluta cómplice de lo ocurrido. Y eso se vuelve vergonzoso. Si la nota de “El Periódico” es inexacta o carece de toda la información, nada le costaba al nuevo presidente del Tribunal desmentirla. No bastaba con solo afirmar que “había cursado el doctorado”. Tenía que salir, papeles en la mano, a proclamar su inocencia. Y hacerlo con celeridad, antes de ser investido con la presidencia de la máxima autoridad electoral del país. Pero no. La decisión fue no decir una sola palabra. Y el que calla, otorga. Y quienes callan con él, otorgan también. Y quienes viendo cómo ellos callan no se pronuncian ni se indignan son consentidores de un hecho que, mientras no se demuestre lo contrario, seguirá siendo repugnante.

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Es oportuno no olvidar que la democracia de Guatemala, esa que costó tantas vidas y que sigue siendo frágil por las arbitrariedades del poder mafioso, está en manos de esos que al guardar silencio se vuelven parte de algo muy parecido a una red de impunidad. Normalizar esto es terrible desde donde se vea. Me faltan los pronunciamientos de diferentes entidades de la sociedad exigiendo que el TSE rinda cuentas de esto. No percibo rechazo desde los partidos políticos. Muy calladito el Congreso en este tema. Sus integrantes más malévolos seguramente están ocupados en otros menesteres. Eso se nota.

¿Por qué no abundan los comunicados de prensa de los sectores más influyentes del país, reflejando su rechazo por este bochorno? ¿Acaso a nadie le preocupa que las próximas elecciones estén a cargo de funcionarios que ni siquiera son capaces de dar la cara frente a un hecho que pone en semejante duda la ética de dos de sus principales integrantes? Insisto: Si hoy sale el licenciado Ranulfo Rafael Rojas con la documentación certificada y confiable que lo acredite como doctor en Derecho Constitucional y que además muestre que tal grado académico lo alcanzó antes de noviembre de 2020, yo seré el primero en ofrecerle una disculpa por expresarme en términos tan críticos de su persona.

Pero no le ofrecería disculpa alguna por haber dudado de él, incluso si pusiera a la vista una contundente aclaración. Y no lo haría porque ningún representante del Estado, especialmente de una institución tan importante como el Tribunal Supremo Electoral, puede darse el lujo de ignorar una nota periodística tan bien fundamentada como la que firma Cindy Espina. No se vale apostar a que el escándalo de hoy apagará el fuego de ayer.

Este silencio guardado por los magistrados es estruendoso. Aceptarlo y consentirlo equivale a traicionar la democracia. Una democracia que, repito, costó y a lo mejor sigue costando muchas vidas.

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