Me he dado cuenta de que, conforme voy escribiendo y publicando mis escritos, hay temas que tienen más respuesta y otros que comentan los recuerdos de la infancia o juventud, depende de qué interpreta cada quien. Es por ello que siempre agradezco muchísimo los comentarios que me hacen y esa expresión libre que expresa cada quien para retroalimentarme y dejarme saber lo que mis lectores van sintiendo y les va gustando.
Allá por el año 2007, cuando estaba investigado la historia de la familia de mi papá y recopilando experiencias de él, iba separando por diferentes títulos los capítulos que, según yo, algún día publicaría en un libro sobre la vida profesional de él. Uno de esos capítulos lo titulé “La puntualidad”, una disciplina y conducta que tenía mi papá como un valor muy importante en su vida. Un principio de vida que marcó, tanto la vida de él como la de muchos de los que compartimos cerca y no muy cerca de él.
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Mi papá fue el octavo de once hermanos, con papás bastante disciplinados y donde el tema de ganarse la vida trabajando honradamente y con el respeto a la verdad y al valor de la palabra siempre fueron valores que acompañaron su éxito. Cuando tenía 32 años, ya con su licencia de piloto aviador, quiso independizarse del negocio familiar y emprendió su propio negocio vendiendo productos de consumo rápido y que luego le dio el giro a productos derivados del acero.
Conforme fue ganando mercado y dándose a conocer como comerciante, los alemanes, quienes eran los que tenían el liderazgo de las ferreterías en aquella época, lo citaron. Se unieron porque querían conocer al joven emprendedor y saber de sus planes de expansión de productos como el clavo y el alambre espigado.
A mi papá lo citaron a las 10 de la mañana y llegó antes de tiempo. Tenía bien claro que el tiempo no se detiene, ni es suficiente y, como algunas veces no alcanza, no quería arriesgarse a no llegar puntual. Cuando le abrieron la puerta, mi papá me contaba, que el señor Milton Koenisberg del Almacén Americano estaba parado y tocando con el dedo su reloj, le dijo viéndolo a los ojos: “Lo felicito por su puntualidad, señor Gabriel, porque el hombre que menosprecia el tiempo de los demás no se valora a sí mismo”. Decía mi papá que esa frase lo marcó para bien y para siempre su vida, pues, tanto a él como a muchos de los que vivimos y compartimos a su lado, gracias a su ejemplo, nos quedó marcado ese gran principio de la puntualidad, que demuestra cortesía, educación, respeto y sobre todo la disciplina de estar a tiempo.
¿Cuántas veces nos pasa que no calculamos bien el tiempo o quedamos a tal hora y simplemente no valoramos la palabra del tiempo que ofrecemos? Por ejemplo, en los medios de transporte, la puntualidad es tomada en cuenta como un valor importantísimo, que se vuelve un esfuerzo para crear una imagen de respeto al usuario. O cuando el profesor no llega a la hora programada a darnos la clase, sea virtual o presencial. ¿Valoro mi tiempo y el de mi prójimo? Aunque en algunos casos la puntualidad sea burla de los impuntuales, no dejemos de actuar y ser ejemplo con las futuras generaciones de ese gran principio que crea una personalidad de carácter y orden llamado la puntualidad.