La democracia como sistema político en términos de instituciones, procedimientos, principios, valores, práctica y ejercicio político está enfrentando una crisis muy profunda. Esta afirmación para algunos adquiere una connotación que termina siendo, o muy catastrófica y alarmante, o bien sin sustento o sentido.
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La preocupación sobre la democracia camina de manera peligrosa en un péndulo de percepciones en donde, dependiendo la posición que se ocupe, así será el análisis y el nivel de alerta que se le puede dar a las señales que el sistema político nos está dando.
Evidentemente, yo me ubico en una posición en la que veo cómo la democracia, las prácticas y sus instituciones se están debilitando y están enfrentando una crisis seria que, además de tener grandes implicaciones en materia de derechos humanos, en los que habíamos avanzado significativamente, también pasará la factura y tendrá costos en materia económica y de desarrollo.
No podemos intentar tapar el sol con un dedo y ocultar los problemas. En este sentido, resulta muy oportuna la publicación de la revista “The Economist” en la que presenta el índice de democracia que elabora “The Economist Intelligence Unit” a nivel mundial cada año.
El índice clasifica a los países en cuatro categorías: las democracias plenas, las democracias defectuosas, los regímenes híbridos y los regímenes autoritarios. Se construye considerando los resultados de una encuesta que toma el pulso de la democracia en 167 países analizando el comportamiento de variables como los procesos electorales, el funcionamiento del gobierno, la participación política, la cultura política democrática y las libertades civiles.
Los resultados de este estudio muy difícilmente podrán ser desacreditados por el gobierno, que está cada vez impulsando prácticas autoritarias y poco democráticas, buscando anular a la oposición y las visiones críticas; o por otros actores, que deslegitiman este tipo de análisis, argumentando que son mal intencionados, sin fundamento y que tienen objetivos políticos espurios.
En el caso guatemalteco se evidencia el deterioro institucional y el retroceso en la consolidación democrática. En los últimos años se registra una tendencia negativa, acelerada por factores como: la cooptación del sistema de justicia, las prácticas autoritarias hacia la oposición y los defensores de derechos humanos, ataques al periodismo independiente, jueces y fiscales que están luchando contra la corrupción e impunidad, así como a liderazgos locales, que incluso enfrentan estructuras vinculadas al narcotráfico, entre otros sucesos que evidencian la regresión autoritaria.
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Es en estos momentos en los que los esfuerzos de articulación y acción política de los actores democráticos, independientemente de la posición ideológica en la que se encuentren, deben buscar y alcanzar acuerdos para revertir esta tendencia.
No podemos quedarnos de brazos cruzados y ver caer por pedazos nuestra democracia. Si no reaccionamos, terminaremos en el fondo del índice calificados como un régimen autoritario junto con países como Nicaragua, Venezuela, Congo, Irán, Sudán y Siria, entre otros.
Hay que recuperar las fuerzas y rescatar la esperanza e ilusión democrática, que en alguna medida prevalecía en los actores a mediados de los 80, cuando inició la transición democrática y luego de la firma de los Acuerdos de Paz. No estoy apelando de manera romántica ni nostálgica a un pasado sin una visión crítica de los errores que hemos cometido, porque han sido muchos, sino buscando salidas políticas que pinten y construyan un futuro democrático y esperanzador. Merecemos un país democrático y tenemos la capacidad de construirlo. ¿Qué opina usted?