Opinión

Expertos en naufragios

"Un promedio de dos mil casos diarios sugiere que el virus está por todas partes. Es inútil repetir lo que ya sabemos. Era obvio que después de Semana Santa iba a ocurrir. Pues ya está aquí. Nos queda, por ahora, cuidarnos lo más posible y pedirle a Dios que las vacunas lleguen pronto. A partir de este momento, cualquier irresponsabilidad atenta contra la vida. La propia y la del prójimo. Y con eso no se juega. O no debiera jugarse, digo".

“Nuestro barco ha encallado tantas veces que no tenemos miedo de ir hasta el fondo”. La frase, que es la primera de un poema del recordado escritor mexicano José Emilio Pacheco, nos describe a la perfección como sociedad. La costumbre de estar siempre tan mal nos ciega y nos aturde a la hora de evaluar riesgos. Sucede con la pandemia y también con la crisis política. Ambas, lamentablemente, son inéditas comparadas con todo lo terrible que hemos sufrido por décadas.

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Lo cual las convierte en un riesgo desconocido, incluso para nosotros los expertos en vivir entre el peligro cotidiano y el inminente desastre. Es previsible que los casos de Covid-19 se multipliquen con saldos trágicos en las próximas semanas. Y aunque hasta en los países desarrollados la debacle ha sido evidente, aquí nos hemos confiado demasiado. Y no me refiero solo al Gobierno. Hablo de quienes han organizado fiestas, como si no estuviéramos en medio de la peor crisis sanitaria en un siglo. Entiendo el hartazgo por los meses de encierro. Sería injusto ignorar eso. Asimismo, comprendo la necesidad de seguir adelante. Pero se nos fue la mano. Exageramos la nota en precipitar muchos aspectos que pudieron esperar. Y faltó sanción social para las reuniones sociales, valga la intencional redundancia. ¿Qué restricciones anunciarán mañana? No lo sé. Solo intuyo que serán tardías. Por lo menos tardías para lo que se percibe que vendrá.

Un promedio de dos mil casos diarios sugiere que el virus está por todas partes. Es inútil repetir lo que ya sabemos. Era obvio que después de Semana Santa iba a ocurrir. Pues ya está aquí. Nos queda, por ahora, cuidarnos lo más posible y pedirle a Dios que las vacunas lleguen pronto. A partir de este momento, cualquier irresponsabilidad atenta contra la vida. La propia y la del prójimo. Y con eso no se juega. O no debiera jugarse, digo.

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No se vale empujar a la gente al matadero. Como tampoco se vale aprovecharse de esta incertidumbre para perpetrar actos despreciables en el ámbito político. Cualquier lista de impresentables que se esté elaborando aquí o en el extranjero, ya con la Junta Directiva del Congreso y algunas decenas de diputados tendría para varias páginas. Es pasmosa su manera de desafiar al imperio y al pueblo. Sus maneras dejan mucho que desear. Su vulgaridad es estridente. Insultan a la inteligencia y a la moral con desfachatez. El desprecio que proyectan contra la mínima solidaridad es aberrante. Y en el ínterin, la sociedad ve acercarse el abismo de la cooptación absoluta del Estado y pareciera impasible frente a semejante amenaza.

Los corruptos actúan a sus anchas, ya sin ninguna vergüenza. El sainete de ayer alrededor de la posible toma de posesión de Mynor Moto es el ejemplo reciente de tal cosa. Eran los fiscales los que tenían que cuidarse de que el putrefacto sistema no les metiera gol. Contrario a cualquier lógica. Contrario a como debiera ser.

No soy tan pesimista en cuanto al resultado posterior de este pulso, porque la soberbia se paga cara, y cuando el imperio o el pueblo (o los dos) se cansen, la respuesta será brutal. Mientras tanto, títeres y titiriteros se gozarán sus victorias con el mayor descaro. De ahí el parecido con el coronavirus. Tanto fiesteros como mafiosos padecen de algo que describe con maestría el doctor Juan Manuel Luna: “Falta de percepción de riesgo”. Aquella que conduce a los frívolos hacia la jaula del león por la vía de las golosinas. Muy cerca andan de eso los que pretenden ignorar las nefastas consecuencias que puede traer consigo un contagio masivo o quienes se atienen a que en Guatemala jamás ocurre nada con la indignación popular. La pandemia y la actual crisis política son hechos sin precedentes en nuestra historia reciente. Lo del Covid-19 es muy obvio; lo del colapso institucional, también, aunque de otra manera. Y es cansado todo esto. Lacerante y perturbador.

Digno de novela. A propósito, cierro con el resto del poema de José Emilio Pacheco, con el que empecé esta columna: “Nos deja indiferentes la palabra catástrofe. Reímos de quien presagia males mayores. Navegantes fantasmas, continuamos hacia el puerto espectral que retrocede. El punto de partida ya se esfumó. Sabemos hace mucho que no hay retorno posible. Y si anclamos en medio de la nada seremos devorados por los sargazos. El único destino es seguir navegando, en paz y en calma hacia el próximo naufragio”. ¿Lo haremos aquí “en paz y en calma”? Lo dudo. No estamos hechos a eso. Expertos somos en otras cosas, como vivir entre el peligro cotidiano y el inminente desastre. Manejamos la cuerda floja con espeluznante temeridad. Somos expertos en naufragios.

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