Guatemala estará de manteles largos porque llegamos al bicentenario de la independencia de la Corona española, más allá de las interpretaciones históricas y políticas sobre el proceso de emancipación y los resultados de este. O bien, de realizar un análisis comparativo de nuestra independencia con las gestas independentistas que se desarrollaron en América Latina, la conmemoración del bicentenario deber ir más allá.
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Fuera de la interesante discusión que se puede organizar sobre las interpretaciones históricas y políticas de los procesos independentistas y la forma en que se consolidaron en los países de la región, lo que es importante y en otra columna lo haremos, en esta ocasión quiero conversar con ustedes sobre la oportunidad que puede representar el bicentenario.
No necesitamos de actividades conmemorativas o grandes desfiles escolares que recorran las calles de nuestro país. Tampoco necesitamos de los floridos y casi interminables actos cívicos en los parques centrales, cargados de símbolos y representaciones independentistas, en donde se entona el himno nacional. Mucho menos que las instituciones públicas despilfarren miles de quetzales en este tipo de actividades que cada vez más están perdiendo su esencia y se quedan sin sustancia.
La idea es aprovechar esta conmemoración para ir un poco más allá y apostarle a realizar un balance sobre lo que hemos logrado construir a lo largo de estos 200 años. Una especie de autoevaluación. No le tengamos miedo a ser críticos, honestos y soñadores. Vernos al espejo y tener la capacidad de encontrar respuestas a las preguntas cómo: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Y hacia dónde vamos?
El bicentenario deber ser más que los eventos conmemorativos y convertirse en un espacio, no solo de recordar y aceptar nuestro pasado, sino especialmente de ser soñadores y apostarle a construir futuro. Una oportunidad para discutir y analizar las implicaciones de los procesos históricos para no repetir los errores y aprender o bien enorgullecernos y consolidar nuestra identidad a través de reconocer las raíces de lo que somos.
Los preocupantes resultados de estudios y publicaciones en los que se consigna una dura realidad que se materializa en los penosos índices de pobreza, desigualdad, exclusión, falta de empleo digno y oportunidades que se reflejan en los desafíos socioeconómicos que tenemos que sortear.
Por ello, la propuesta de esta columna es promover acciones para articular esfuerzos colectivos que exijan y demanden a las autoridades este tipo de espacios. No queremos antorchas, himnos y actos cívicos. Queremos estudiar, analizar, repensar, soñar y construir una sociedad distinta a la que tenemos. Un momento de esperanza.
No es a través de desfiles y actos cívicos, sino de encuentros de diálogo genuino y auténtico, con dinámicas de respeto y aceptación, en donde el racismo y la exclusión sean parte de un pasado que no repetiremos. La idea es sentarnos a dibujar en lienzos de esperanza la Guatemala que le dejaremos a las siguientes generaciones.
El bicentenario que no sea una excusa para organizar actos conmemorativos, desfiles, antorchas y entonar el himno nacional. Que sea una oportunidad para soñar, pensar y construir un país democrático, con un modelo económico incluyente, humano y con oportunidades para todos. ¿Qué opina usted?