Habrá una vacuna destinada para ella. Tal vez todavía no la han fabricado. Tal vez viene en camino. No lo sé. A veces sueño con esa jeringa milagrosa. Quisiera tener la certeza de cuándo estará disponible. Alguna luz. La rendija trepidante que me ponga en ventaja sobre los túneles cotidianos. Comprendo que aún queda camino por recorrer en esta pesadilla. Y me golpea el cansancio, como a todos.
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En otros países, el proceso de vacunación avanza. Precisamente en esos que pudieron (y supieron) apostar por el desarrollo del fármaco. Donald Trump, que gestionó pésimo la pandemia para Estados Unidos, acertó muy bien en eso. No así la Unión Europea, que falló en calcular sus riesgos de inversión, aunque inicialmente haya intentado ser más ética en la distribución equitativa de la vacuna.
Brasil es un horror. Su gobernante es de lo peor que ha visto el continente. ¿Cómo se sentirá Bolsonaro con 4 mil muertos diarios por coronavirus? Igual que con otros jefes de Estado, dudo de su contagio de Covid-19. El caso de México también es patético. López Obrador dice que no se vacunará. Durante la pandemia, la política no ha dejado de ser lo que ha sido siempre. Para mal y para peor, con las escasas excepciones que confirman la regla. ¿Por qué en Guatemala carecemos de esperanzas concretas en el tema de las vacunas?
No es solo por los ancianos haciendo largas filas durante Semana Santa. Tampoco es por la falta de una comunicación eficaz de parte del Ministerio de Salud. Es la ausencia de liderazgo la que nos carcome. La desconfianza hacia quien debiera ser la voz cantante. Se intuye que detrás del deficiente manejo del plan de vacunación lo que hay son intereses espurios. Gente que pretende aprovecharse. Oportunistas que, sin importarles lo que les pase a los demás, calculan y desestabilizan a la caza del jugoso negocio. La ministra Amelia Flores hace lo que puede. Seguro que adentro tiene saboteadores profesionales que a diario le meten zancadilla. Antes de que sea irremediablemente tarde, debería denunciarlos. Mas no ha de ser fácil tomar semejante decisión. Menos en un momento tan tenso. Y menos aun en un país en el que los delincuentes ya ni siquiera se esconden para perpetrar sus fechorías, y donde las críticas arrecian hasta desde los sectores que, se supone, tendrían que ser más cuerdos. Es el país del siempre nunca y el del consumado jamás. El país de la atrocidad inminente. Aquí cualquiera dice una sandez o incumple la ley, y de recibir una golpiza en las redes no pasa.
No es alentador, por ejemplo, que el Consejo de la Carrera Judicial proclame, sin sonrojarse, que el exjuez Mynor Moto puede volver a su judicatura aunque sea un prófugo de la justicia. Cuesta descifrar tanto cinismo, incluso aquí donde en materia de desfachatez todo es posible. Alguien dirá que Estados Unidos ya viene a poner orden. Que las listas de corruptos paralizarán al Pacto. Pero no es tan así. El país se abandona a sí mismo cuando permite desmanes como los que abundan en los tres poderes del Estado. Oigo helicópteros rondar por los cielos de mi vecindario. Ya se ha vuelto habitual. Nadie explica qué ocurre. Nadie lo hará. Tampoco lo espero. Lo que sí espero con ansias es esa vacuna que no sé si ya fue fabricada o si se encuentra en camino. Hablo de la doble dosis para inmunizar a mi mamá que el 20 de abril cumple 94 años. Sé que, como yo, son millones los que añoran que esas vacunas lleguen pronto. Unos para sus ancianos, otros para los más vulnerables. Es impostergable que el Gobierno dé señales claras de cómo las administrará. Que nos describa la logística de las citas previas para así evitar las interminables filas bajo el sol. Que nos diga cómo llevará los registros para que no surjan dudas.
Me entero de gente que se contagió a pesar de haberse cuidado mucho. Esta pandemia es una pesadilla por capítulos. Y en medio de la desolación, los más malos no descansan. Duele escribirlo, pero seguramente los nefastos conocidos ya se vacunaron contra el Covid-19, mientras mi madre y millones de guatemaltecos que ya pagamos por nuestras dosis seguimos sin protección. Se entiende en parte que no haya vacunas en un país sin poder adquisitivo. Lo inaceptable es que nos falte la esperanza de que arribarán a tiempo. Y todo por esa carencia de un liderazgo confiable que nos hable con la verdad. Todo por lo que conocemos tan de memoria en este país dolorosamente nuestro. Ese del siempre nunca y del consumado jamás. El país de la inminente atrocidad.