Opinión

Aquí a la vecindad

Nayib Bukele tiene más del 70% de aprobación en El Salvador. Por tierra, el vecino país está a solo tres horas de distancia. Nuevas Ideas se llama su partido. El domingo recién pasado ganó las elecciones legislativas y ahora, este joven presidente que no llega aún a los 40 años, dispone de un poder casi absoluto. Tanto así que, con mayoría en la Asamblea, podría cambiar la Constitución y buscar reelegirse en la próxima cita con las urnas. Más allá de su desempeño, bien evaluado por el pueblo salvadoreño, a mí me asusta Bukele. No solo porque es intolerante con la prensa que lo critica, sino también porque es un líder de corte autoritario y mesiánico, de esos que suelen embobar a las masas para perpetuarse en el poder. Me inquieta intuir que haya otro dictador en ciernes. Y me preocupa, además, ver la precisión con que maneja su imagen y la pericia tan certera cómo se mueve en las redes sociales. Alguien me dirá que, mientras sea efectivo para su gente, que siga ahí. Pero la historia nos ha enseñado que, incluso aquellos que logran éxitos considerables en materia social, terminan enamorándose del puesto y, más temprano que tarde, arruinan su propio legado cuando se aferran a la silla presidencial.

Mientras eso ocurre en ese cercano país que se encuentra a solo 22 minutos de distancia por avión, aquí la dirigencia política más corrupta y las élites más miopes se unen para facilitar la debacle de Guatemala, entregándole la justicia a las mafias, como que si hacer tal cosa fuera gracia. Que quede claro: La efervescencia está subiendo mucho más rápido de lo que se nota. Hay demasiada tensión. Y las presiones que llegan desde el imperio no disimulan su malestar por lo que sucede. Este no es un asunto que deba ideologizarse. No es derecha versus izquierda. No es proempresariales contra oenegeros. No es ecologistas contra inversionistas. No es cremas contra rojos. Y aunque las dicotomías tan categóricas suelen engañar cuando se analiza la realidad, nuestro dilema radica en que los decentes y los visionarios de cada lado no logran construir alianzas. Y eso lo saben los más malos. Lo saben y lo aprovechan de lo lindo. Es urgente que la gente más valiosa de Guatemala se decida a dar el paso. Que se atreva a participar. Un ejemplo lo dio ya Eduardo Mayora al buscar la magistratura titular de la Corte de Constitucionalidad que le corresponde al Colegio de Abogados. También Francisco Rivas. Así como ellos hay otros. Pero no suficientes aún. Ha sido muy eficaz el trabajo que la clase política ha hecho para ahuyentar a los mejores.

Este es el peor momento para la apatía ciudadana. Puede sonar apocalíptico, pero estamos muy cerca de perder el país. Y cuando digo “perder el país” no sé bien de qué manera lo veremos caer en el abismo. Puede ser en un festival de sangre, como la Colombia de los 90, o bien en la entronización definitiva del pacto de corruptos, a lo cual estamos asistiendo sin que, por ahora, haya fuerza ciudadana capaz de detenerla. Esta es la embestida definitiva de los cínicos criminales que se nutren y se enriquecen a costa del hambre de los desposeídos.

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En Guatemala estamos construyendo un futuro dictador. Puede que sea de izquierda. O tal vez de derecha. Realmente no importa de qué lado provenga. Igual hará daño. Mucho daño. A los de su ideología y a los de la contraria. A los empresarios y a los oenegeros. A los ecologistas y a los inversionistas. A los cremas y a los rojos.
Ojalá me equivoque, pero el camino que lleva El Salvador con su joven y popular presidente no me da buena espina. El poder ofusca. Y el poder absoluto, ofusca absolutamente. Nayib Bukele llegó a la presidencia de manera legítima al ganar en una sola vuelta las elecciones de 2019. Antes del él, el saqueo era ley. Previsible es que se reelegirá. Aquí, si nos descuidamos, puede llegarnos un totalitarista por medio de una votación masiva más pronto de lo que muchos creen. Y todo porque la dirigencia política más corrupta y las élites más miopes se han unido para facilitar la debacle de Guatemala, entregándole la justicia a las mafias. Lo entiendo de los políticos que se forran con cada ley que aprueban o con cada ley que dejan de aprobar. Lo comprendo de los funcionarios que están de paso y que se exceden en compras frívolas y millonarias que ofenden al pueblo. Pero no lo entiendo de élites que tienen mucho qué perder. Élites con intereses que pueden salir sumamente lesionados por un régimen despótico y arbitrario. ¿Cómo les parecería para Guatemala una mezcla entre el narcopresidente Juan Orlando Hernández y la dinastía Ortega/Murillo? ¿O prefieren un Bukele? Algún engendro saldrá de esto, ténganlo por seguro. No es ideológico el asunto. Es de decencia. De lucidez. De sentido común. Les recuerdo: En autobús, El Salvador está a cuatro horas de distancia.

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