¿Alguna vez ha meditado acerca de lo mucho que este país nos cansa? Es enorme la cantidad de energías que aquí se consumen por asuntos que sencillamente nunca debieron ocurrir. ¿Cuántas indignaciones y cuántos oprobios se han proferido desde que se supo lo de las 30 mil pruebas falsas que compró el Gobierno? Son millones. Y hechos similares suceden también en la vida diaria. En el trabajo. En el tráfico. En el amor. A veces, uno se desgasta más por cuestiones intrascendentes que por las que realmente importan. No digo que la estafa de esos tests anómalos deba ignorarse. Todo lo contrario. Tendría que ser ejemplar el castigo que reciban los responsables de semejante crimen. Lo agotador es la confusión que emana desde el Ejecutivo. Yo aplaudo a la ministra Amelia Flores por haber interpuesto la denuncia. Callar no era opción. Pero cada hora que transcurre sin que tengamos claridad acerca de cómo se perpetró esa “movida” juega en contra nuestra. El viceministro de Cultura Ronaldo Estrada asegura que “no se va a esconder” si se emite una orden de captura en su contra. Y sigue en su puesto.
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El presidente Alejandro Giammattei afirma que lo de esa adquisición “no es exactamente lo que dice el Ministerio de Salud” y añade que hay una investigación en curso. Agrega que “alguien se hizo el loco” al no cobrar las fianzas de cumplimiento y que el caso “se está tergiversando” para desviar la atención de lo que realmente pasó. Y yo pregunto: ¿Qué fue lo que realmente pasó? ¿Por qué a esta hora (7:52 p. m. de ayer) no se sabe, a ciencia cierta, quiénes son los delincuentes que capitalizaron esta trama macabra? ¿O es que detrás de todo hay un titiritero, más listo que bonito, que tiró el anzuelo para que alguien lo mordiera, y así, mientras se sembraba la polémica, el proceso para designar magistrados a la Corte de Constitucionalidad quedaba relegado un par de días del interés periodístico?
La gente tal vez ya no lo nota, pero la realidad de Guatemala es para enloquecer a cualquiera. Y por eso cansa tanto. Cansa, porque de la violencia contra las niñas pasamos a la matanza de una familia. Cansa, porque de los bloqueos de ayer pasamos a los bloqueos de hoy. Cansa, porque de un diputado que ataca a la prensa porque lo evidencia en sus negocios, pasamos a otro que presenta una iniciativa de ley, obviamente inconstitucional. Cansa, porque de un corrupto cínico pasamos a un corrupto autocompasivo. Cansa, porque de un juez que protege a criminales, pasamos a otro que se une públicamente a ellos y es protegido por sus cómplices en el sistema. Y todo, en medio de una pandemia. Una pandemia que no detuvo a los que lucran con la salud de la población, incluso poniéndola en peligro de muerte. Para muestra, las 30 mil pruebas falsas que tanto ruido han hecho. El daño causado es terrible. No solo por aquellos que confiados en haberse sometido al test obtuvieron resultados inexactos y después contagiaron a otros sin saberlo. Es perjudicial, además, porque servirá de argumento para aquellos que proclaman que la gente no debe vacunarse. Ya los oigo infundiendo el miedo y la desconfianza. Y eso también agota. Y desgasta. Y consume energías que podrían y deberían destinarse a acciones edificantes en la vida diaria. En el trabajo. En el tráfico. En el amor.
Vivimos en un país eternamente “cuesta arriba”, en el lado pobre del mundo. La fatiga es nuestra ley. Pero lo triste no es cansarse por una faena desempeñada con esfuerzo. Lo triste es terminar exhaustos por ocuparnos de asuntos que jamás debieron suceder. Asuntos evitables y estériles. Eso nos devora y nos carcome. Así es Guatemala. Así es nuestra enferma sociedad que no da tregua. Así es nuestro ambiente político que jamás descansa de cansarnos. Es la tediosa narrativa en la que el necio con poder le gana a la razón para que todos “perdamos por cansancio”.