Opinión

Cuando la urgencia es entre lo malo y lo peor

“Veo urgente tomar postura antes de que sea tarde. Y lo vuelvo a admitir: Es sencillo escribirlo, muy complicado concretarlo”.

La gente le perdió el miedo al Covid. En buena parte, por la fallida comunicación de las autoridades que se ven rebasadas por el hastío de las masas. Asimismo, por las presiones de un sistema que vive siempre al borde de la asfixia. Reina la confusión. Hay quienes extreman precauciones de lunes a viernes y luego se liberan el fin de semana. “Prefiero que me dé coronavirus a volverme loco”, me dijo un amigo. Y cuando en el entorno personal los casos son leves, la cautela pasa a segundo plano. Lo explicó muy bien el psicólogo Maco Garavito en una entrevista por la radio: Si se dan declaraciones oficiales y la proyección es que “el próximo mes será el peor”, pero al mes siguiente los números no son tan alarmantes, la gente empieza a confiarse. Hasta a los medios de comunicación nos califican de “exagerados” por llamar todos los días a no bajar la guardia. Por anunciar ese peor momento de la pandemia que pareciera nunca llegar. Por hablar, hablar y hablar de las medidas de bioseguridad. Muy pronto se olvidó lo sufrido en julio de 2020. Y con un 85% de asintomáticos es cómodo caer en el engaño. Lo complicado es cuando uno se integra al 15% que presenta cuadros graves y precisa de cuidados intensivos. Siento que las autoridades no han sabido “asustar” lo suficiente a la población. Ya sé que el término “asustar” es ingrato. Pero he ahí la estrategia. Había que dar la información en un tono firme y que a la vez diera esperanza. Claro: Es fácil escribirlo y criticar, pero tremendamente complicado alcanzar semejante equilibrio. Admito que no ha de ser sencillo enfrentar una pandemia siendo funcionario público en un país tan intrincado como Guatemala.

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Si se es de los buenos, digo. Porque para aquellos que solo andan viendo cómo se agencian del gran soborno o cómo secuestran a la Justicia, que haya cien o mil casos nuevos les trae sin cuidado. Nadie estaba listo para hacerle frente a un bicho tan elusivo como este. Ni el gabinete de gobierno ni la sociedad en general. Ni el padre de familia ni el rector universitario. Ni el empresario grande ni el de la pequeña empresa. Ni el conservador ni el liberal. ¿Cuántos pueden proclamar, a ciencia cierta, que jamás han incurrido en alguna imprudencia durante estos 10 meses? Han de ser muy pocos. Si los hay. Es cierto: Ha habido manejos mejores en algunos países. Son la excepción. Aquí, era obvio que la disciplina del principio no podía durar tanto. Hasta me sorprende que sean más los que usen mascarilla que los que no. El hartazgo sigue siendo un aliado peligroso del Covid. También las angustias económicas. Seguro que ayer, cuando se anunciaron las insuficientes restricciones, muchos respiraron porque no se impuso un toque de queda ni se insinuó un confinamiento como el del año pasado. Entendible para quienes se encuentran a punto de quebrar en sus negocios.

El gobierno reaccionó muy tarde para detener lo que desde diciembre se veía venir. Y no fue contundente. Las medidas siguen siendo tímidas comparadas con la inminente gravedad que ya nos ronda. Está bien que las autoridades sean más estrictas en el control de aforos, pero lo que deberían de prohibir de tajo son las fiestas. Sin más. Durante tres semanas. No soy epidemiólogo como para afirmarlo con autoridad, pero el sentido común me lo dice. Los restaurantes y los bares deberían servir menos en mesa y en barra. Y aquí vuelvo a lo ya mencionado. Más fácil decirlo desde la comodidad de no ser el dueño de alguno de estos lugares, que cuando la planilla aprieta a fin de mes.

Mientras escribo recibo un mensaje. Una amiga me sugiere postergar nuestro encuentro pactado para mañana. Yo acato. Con dolor, pero lo hago. Así lo exige este momento de la pandemia. Así será durante meses.

El gobierno jamás podrá quedar bien con todos cuando imponga medidas drásticas. Tampoco lo logra cuando es tibio. Pienso ahora en el gremio médico y en los trabajadores del sector sanitario que están en la primera línea de riesgo. Deben sentirse entre afligidos y molestos. Hoy, más que nunca, la disyuntiva es entre lo malo y lo menos malo. Tal vez me quedo corto: Es entre lo malo y lo peor. Veo urgente tomar postura antes de que sea tarde. Y lo vuelvo a admitir: Es sencillo escribirlo, muy complicado concretarlo. Pero hay que decidirse. Para eso se llega a los puestos de elección popular.

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