No es fácil sentarse a pensar y reflexionar sobre lo que nos ha dejado este tumultuoso, extraño y complejo año que nos ha tocado vivir. El balance para identificar las cosas positivas y las negativas, las que han traído dolor y alegría. Quedarán guardados inolvidables momentos y recuerdos en la memoria y en nuestros corazones.
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Más allá de las experiencias y los aprendizajes personales que serían imposibles condensar y expresar en este corto espacio, quiero aprovechar la última columna de este año para conversar sobre los aprendizajes colectivos.
La pandemia del Covid-19 y las tormentas tropicales “Eta” e “Iota” desnudaron y agudizaron, en el caso guatemalteco, los grandes problemas estructurales. La respuesta del gobierno en ambos casos evidenció la fragilidad institucional, la miopía de la clase política y la mezquindad de estos grupos para aprovecharse de la tragedia, llenarse los bolsillos y dejar desamparada a la población. No obstante han puesto sobre la mesa de discusión política los retos para fortalecer la institucionalidad pública.
El próximo año será un año clave para la independencia judicial, la lucha contra la corrupción y la impunidad. Luego del atraso injustificado para la elección de los magistrados a la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y a las Salas de Apelaciones, que tenían que ser electos en octubre de 2019, se sumará la elección de los magistrados a la Corte de Constitucionalidad (CC). Estos dos procesos son determinantes para los objetivos de los grupos que buscan cooptar el sistema de justicia y el del control de constitucionalidad. El resultado de estas elecciones determinará el rumbo de la democracia del país.
No obstante, en medio de todo, este año despertó “la plaza” como un espacio de indignación, repudio y rechazo a las decisiones de las autoridades, especialmente las que consideran el ejercicio político como una práctica para instrumentalizar el poder a su favor y beneficio. A pesar de los infructuosos esfuerzos por desacreditar e incluso infiltrar las manifestaciones para generar violencia y desorden, prevaleció el espíritu ciudadano genuino de rechazo e indignación. No lo lograron. La plaza una vez más está jugando un papel importante en la dinámica política nacional.
La ciudadanía está despertando, retomando el camino interrumpido de las jornadas de manifestaciones de 2015 y está dispuesta a salir a las calles y caminar a las plazas para mostrar indignación y rechazo. No se quedará de brazos cruzados y está dispuesta a rechazar los abusos de poder, el clientelismo y la corrupción.
Esa lección debe estar presente en los análisis de coyuntura y la definición de las estrategias y tácticas antes de tomar las decisiones. La ciudadanía estará cada día más vigilante y con mayor capacidad de articulación y reacción. No considerar este aspecto, además de ser un error político garrafal, puede ser un elemento con capacidad para provocar coyunturas de inestabilidad e ingobernabilidad.
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La lección que deja para la clase política que ilusamente consideraba que podía de manera autoritaria ejercer el poder y servirse descaradamente de él es que las crisis han afectado no solo a los sectores históricamente vulnerables, sino que también a sectores urbanos acomodados, que están viviendo los efectos de la fragilidad institucional, de los abusos de poder, la corrupción y la impunidad. Una ciudadanía que está abriendo los ojos y se está dando cuenta que desatender los asuntos públicos y continuar desacreditando la política nos está pasando una factura muy alta. ¿Qué opina usted?
Aprovecho para desearles a usted y a su familia una muy feliz Navidad y un próspero Año Nuevo.