No parece haber interés en desactivar la crisis política. Por lo menos no de parte del Gobierno ni de la Junta Directiva del Congreso. Más bien sugieren todo lo contrario. Me pregunto el porqué de su actuar tan “aquí no está ocurriendo nada”. ¿Será que tienen un cálculo milimétrico y se saben intocables o es que se confían en exceso de las distracciones de la temporada navideña? ¿Pensarán acaso que bastará con asustar a los manifestantes pacíficos con los dos montajes vandálicos de los pasados dos sábados? Hasta me he aventurado a creer que provocan a propósito a la población para que esta pierda la cabeza y así, en un estallido real de desórdenes y bochinches, disponer del pretexto para dar el manotazo definitivo del autoritarismo. Pero no. A ese calibre de precipicio no considero que vayan a lanzarse.
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No es por ahí el asunto. O por lo menos se ve poco probable que lo sea. Mientras tanto, cada día cuenta. Y el descontento crece. Y crece exactamente donde más puede llegar a dolerle al “status quo”. El lunes, la Alcaldía Indígena de Sololá convocó a una protesta. Los negocios cerraron y la gente fue a mostrar su descontento. Para nada sorprende que hayan declarado “non grato” a Allan Rodríguez, electo hace menos de un año por ese distrito. Lo que sí sorprende es que el presidente Alejandro Giammattei no vea que su alianza con la Junta Directiva presidida por ese diputado le granjea semejante rechazo ciudadano.
Hoy, los 48 Cantones de Totonicapán también van a levantar la voz. Y aunque ahora sean dispersos los brotes de enfado, la cohesión se irá dando en medio del caos. Vale la pena recordarlo: Antes de cumplir 11 meses al frente del Ejecutivo, entre lo que se pide en las plazas figura la renuncia del mandatario. Es demasiado pronto. Y por no asumirlo, Giammattei podría terminar como tantos entrenadores de futbol cuando el equipo que dirigen se ve sumido en una seguidilla de derrotas. Es decir, siendo el sacrificado por la complejidad que reviste la salida en masa de los más de cien “depurables” que hay en el Congreso.
No debe tomarse a la ligera lo que sucede. A país revuelto, ganancia de populistas. Cuando el río se desborda, no ve caras ni apellidos. Y si no es en diciembre, será en febrero. Sin acciones contundentes, la efervescencia solo puede crecer. Y en esas condiciones, la inevitable tendencia es hacia el colapso. La crisis económica es la peor en décadas. Eso multiplica la irritación, porque a diario se conoce de algún abuso de corrupción. Si el presidente quiere enderezar el rumbo, el momento es ahora. De hecho, ya va tarde. Romper con la Junta Directiva del Congreso, deshacerse de los funcionarios que le generan enorme desgaste, arreglar el pleito con el vicepresidente y dar la cara por la violencia policial. Esas cuatro condiciones, entre varias, son las que veo como inaplazables para recobrar algo de la confianza ciudadana.
Sin embargo, de nada le servirá desactivar la crisis si lo hace solo para ganar tiempo. No es viable seguir por este camino. De todos lados surgen voces de alerta que buscan detener la inminente debacle. Tiene razón Moisés Naim cuando afirma que “el poder es cada vez más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”. Los procesos son rápidos en estos tiempos. Eso lo sabemos. La lógica de 2020 ni siquiera es la de 2015, aunque las motivaciones sean las mismas. Y a eso hay que agregarle la pandemia.
Hoy se manifiestan los que tienen acceso a la información, los que se indignan por los desmanes de la clase política y sus allegados. ¿Qué pasará cuando ya no se precise de esa información para salir a protestar y baste con el hambre para armar el tumulto? Es un craso error visualizar esto como una posibilidad remota. Conviene tenerlo en cuenta: A país revuelto, ganancia de populistas.