En esta semana se dio el último de los pasos para regresar a lo que algunos llaman la “nueva normalidad”. El anuncio público que el gobierno no solicitará prórroga al estado de Calamidad nos coloca en un nuevo escenario.
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Esta decisión se da en un momento en el que las mismas autoridades están alertando sobre la segunda ola de contagios del Covid-19. Además, nos encontramos con un gobierno que ha manejado muy mal la pandemia y que, en términos generales, ha socavado la credibilidad y confianza de los ciudadanos. Cada vez son más las personas que no creen en los mensajes presidenciales. Esta gestión nos está acostumbrando a que las cosas que dice y comunica, en lugar de aclarar e informar, generan dudas y confusión. En los mensajes se evidencian las contradicciones. Se dice una cosa, publican otra y aclaran una distinta.
Nadie estaba esperando que el país pasara la “vida entera” en estado de Calamidad. Al contrario, el uso de esta medida temporal (hago énfasis en el aspecto temporal) debía permitir a las autoridades tomar medidas excepcionales para atender la pandemia y preparar las condiciones para que el regreso a la normalidad se diera de manera ordenada, con una institucionalidad preparada y una sociedad con información clara sobre el comportamiento de la pandemia e información fiable para tomar las mejores decisiones.
Lamentablemente, estos objetivos no se cumplieron. El gobierno desaprovechó la oportunidad que tuvo con el estado de Calamidad para cumplir con estos aspectos. No utilizó este mecanismo para, por ejemplo, realizar compras o contratar personal y de esa manera fortalecer la capacidad de respuesta de las instituciones, especialmente la de Salud Pública. Incluso no aprovechó el incremento de los recursos presupuestarios para este objetivo. Simplemente se dio por vencido y no lo logró.
Como dirían coloquialmente, más allá de “llorar sobre la leche derramada”, ahora estamos en la situación en la que tenemos que convivir con el virus, como debería ser, pero sin el respectivo acompañamiento institucional del Estado. Nadie discute que buena parte de las medidas y acciones recaen en la responsabilidad personal. Las precauciones y decisiones que cada uno de nosotros debe tomar para reducir los riesgos y las posibilidades de contagio.
El problema de quedarnos con este argumento es que por un lado no visibilizamos la responsabilidad que tiene el gobierno y, además, en una sociedad con tanta desigualdad y pobreza, muchas personas se quedan desamparadas y sin posibilidad de cumplir con las condiciones mínimas para tomar las medidas y evitar los riesgos. Los efectos económicos de la pandemia agudizaron estas condiciones.
Por ello, es lamentable que la denominada “nueva normalidad” nos tome en circunstancias en las que como sociedad no estamos plenamente preparados para convivir con el virus; ojalá no suceda, pero enfrentaremos una nueva ola de contagios que pondrá sobre la mesa la discusión de retomar medidas, incluso, de restricción de movilidad y eventualmente un nuevo estado de Calamidad.
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Es decir, la mala comunicación del gobierno envió el mensaje que, por un lado, se desentiende de la pandemia y que además cada uno se salve cómo pueda. Esto deja la sensación para muchos de que el virus se desvaneció y que podemos retomar las actividades con total “normalidad”.
Lo peor de todo es que no tenemos una guía y conducción clara para retomar la normalidad, promover la reactivación económica, atender las acciones para reducir la ola de contagios y adoptar las medidas necesarias para ajustarnos a las nuevas condiciones. Desaprovechamos el “encierro”. ¿Qué opina usted?